¿Qué es Sed?

Allá por julio del 2007 (sí, quién diría que pasó tanto tiempo, no?), andaba enojada con mi inspiración ausente y decidí sentarme y obligarme a escribir algo. Vino una imagen a mi cabeza. Oscura, extraña. Jugué a describirla. Así surgió el primer capítulo de Sed (que en ese momento para mí era "estacosaquestoyescribiendo").

No soy una persona de esas que finalizan los proyectos que comienzan, pero a medida que surgieron capítulos y la gente se fue enganchando... adquirió este título (provisorio u_u jajaja) y ya no hubo marcha atrás.

Es gracias a ustedes -a su avidez de beber más y más de la trama- que Sed acaba de arribar a su capítulo 50, el último de la historia. Bueno, y a unos cuantos picotones de Pablo (mi novio) n_n

Ahora comienza la etapa de corrección, espero que no se haga demasiado larga... y a ver qué pasa con la editorial, porque tengo pensado publicarlo :D


Quiero agradecerles enormemente el aguante. La paciencia, los comentarios, las críticas, o que sólo hayan leído sin decir nada. Las palabras están para ser leídas, ese es su mayor destino.

Un abrazo gigantesco que los abarque a todos ^^


Sed es una historia que gira en torno a la soledad y la necesidad e idealización del otro. Es una novela salpicada de sangre, algo de sensualidad y mucho misterio.

Los acontecimientos que transcurren en ella, van entrelazando las vidas de los personajes. A veces para bien, a veces para mal... otras para peor.

Los invito a leerla y criticarla con confianza. De eso se alimenta mi escritura.


El contenido de esta historia puede resultar ofensivo para algunas personas, si usted es de esas que se ofenden.... por favor diríjase a otra parte.
Muchas gracias y disculpe las molestias ocasionadas.


Atte, La autora.

13/10/07

.: VII :. (Seducción)



(Imagen: "cama deshecha" de Lilo Raymond - link )

El monótono traqueteo del subterráneo adormecía su mente que viajaba por parajes lejanos.

Aferrándose con ambas manos a uno de los aros bamboleantes provistos para dicho fin, perdía la mirada más allá de las ventanillas, donde las oscuridades se sucedían a toda velocidad.

No era una hora muy concurrida, de hecho había varios lugares vacíos donde sentarse, pero prefería mantenerse de pie y dejar su cuerpo oscilar con el vaivén del viaje.

Casi todos los ojos observaban su figura de tanto en tanto. Atraía a ambos sexos, lo sabía. Eso le abría más posibilidades.

Pisó sin querer la punta de una zapatilla frente a sus pies y murmuró un quedo Perdón.

El agredido le sonrió ruborizado, aceptando sus disculpas.

Una sonrisa extraña se materializó en su rostro al descubrir que el joven no le quitaba los ojos de encima, desbordante de interés.

Lo estudió con descaro. Vestía informal pero elegante. Un par de anteojos descansaba sobre su nariz y un libro sobre su regazo, con un dedo entre las páginas marcando la lectura interrumpida. “Así habló Zaratustra.”

Intelectual... O un intento fallido por comprender a Nietzsche. Sonrió.

Tuvo unas repentinas y absurdas ganas de saltarle encima e hincar los colmillos en su cuello. Demasiadas historias de vampiros. Nunca era tan fácil. Debía articular todo un ritual de seducción eficiente para llegar a una instancia siquiera semejante.

Señalando el libro, comenzó una conversación filosófica que sabía podía remontar; mientras el muchacho, emocionado, intentaba estar a su altura. Hablaron animadamente hasta que el subte llegó al final de su recorrido y con éste, la hora de descender y dirigirse cada uno a su respectivo destino.

Pero, producto de una feliz casualidad, (o poco feliz, dependiendo del punto de vista) el joven se encaminaba a su departamento a estudiar Filosofía Política sin demasiadas ganas.

Se ofreció a ayudarlo, con su mejor sonrisa perfeccionada milimétricamente. Infalible. Él ya había caído en su red desde el primer perdón.

Los sucesos acontecidos en aquel departamento fueron una simple repetición de otras tantas escenas montadas con el mismo propósito. Estaba convirtiéndose en hábil artífice, creaba la situación con tanta minuciosidad que sabía lo que ocurriría a cada paso.

Le resultaba fácil, pero con el tiempo comenzaba a tornarse tedioso.

Los libros apenas fueron hojeados. En el gran escenario que conformaba la cama, éstos fueron cayendo al suelo uno tras otro, tras el veredicto recibido de sus labios inapelables. "Aburrido", "aburrido", "aburrido."

El joven, fascinado con el sólo sonido de su voz, aceptaba cualquier orden dictaminada.

Así llegaron las caricias y los besos, lentos, interminables. Ambos cuerpos ardiendo, enroscándose, asiéndose y dejándose ir con demente desesperación.

Llegó un orgasmo solitario, sin culpa ni arrepentimiento. El joven, sudado y jadeante, sintió una venda cerrarse sobre sus ojos y sonrió.

-Así que te gusta jugar –murmuró, perspicaz.

-Shhhh. No te imaginás cuánto –fue la respuesta, seguida por un beso silenciador.

Le ató las muñecas al cabezal de la cama, desoyendo los comentarios que tan bien conocía.

Dio comienzo una sesión de caricias atormentadora donde la temperatura de ambos cuerpos empezó a elevarse otra vez.

A partir de entonces dejó de escucharlo. Solía sucederle a menudo, se sentía como en una película muda.

Su imaginación se le anticipaba, el corazón le latía desaforado.

Lo besó con pasión, luego le mordisqueó los labios, despacio primero, y cada vez con mayor frenesí hasta que él se quejó y pudo sentir unas gotas de sangre en su boca.

Para compensar un poco el dolor suministrado, los besos abandonaron los labios y se deslizaron cuello abajo, más ardientes, más premeditados.

Los gemidos del intelectual maniatado se incrementaron al sentir aquella boca húmeda recorriendo todo su cuerpo. En un momento creyó sentir una punzada al costado del muslo y casi se le escapa un grito. Pero una boca ávida ocupó el lugar del dolor, con tal dedicación que enseguida lo olvidó.

La habitación se fue inundando de gemidos que danzaban, irrumpiendo unos contra otros, hasta caer extenuados a los pies de la cama.


Cuando el joven despertó, estaba solo. Las únicas evidencias de que todo no había sido una jugarreta de su mente eran un corte en el muslo derecho y el labio inferior lastimado.

Miró la habitación a su alrededor. Sonrió con tristeza y acto seguido, sintió un escalofrío.

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