¿Qué es Sed?

Allá por julio del 2007 (sí, quién diría que pasó tanto tiempo, no?), andaba enojada con mi inspiración ausente y decidí sentarme y obligarme a escribir algo. Vino una imagen a mi cabeza. Oscura, extraña. Jugué a describirla. Así surgió el primer capítulo de Sed (que en ese momento para mí era "estacosaquestoyescribiendo").

No soy una persona de esas que finalizan los proyectos que comienzan, pero a medida que surgieron capítulos y la gente se fue enganchando... adquirió este título (provisorio u_u jajaja) y ya no hubo marcha atrás.

Es gracias a ustedes -a su avidez de beber más y más de la trama- que Sed acaba de arribar a su capítulo 50, el último de la historia. Bueno, y a unos cuantos picotones de Pablo (mi novio) n_n

Ahora comienza la etapa de corrección, espero que no se haga demasiado larga... y a ver qué pasa con la editorial, porque tengo pensado publicarlo :D


Quiero agradecerles enormemente el aguante. La paciencia, los comentarios, las críticas, o que sólo hayan leído sin decir nada. Las palabras están para ser leídas, ese es su mayor destino.

Un abrazo gigantesco que los abarque a todos ^^


Sed es una historia que gira en torno a la soledad y la necesidad e idealización del otro. Es una novela salpicada de sangre, algo de sensualidad y mucho misterio.

Los acontecimientos que transcurren en ella, van entrelazando las vidas de los personajes. A veces para bien, a veces para mal... otras para peor.

Los invito a leerla y criticarla con confianza. De eso se alimenta mi escritura.


El contenido de esta historia puede resultar ofensivo para algunas personas, si usted es de esas que se ofenden.... por favor diríjase a otra parte.
Muchas gracias y disculpe las molestias ocasionadas.


Atte, La autora.

19/3/08

.: XVIII :. (Suicidio)



Frente al Pabellón II de Ciudad Universitaria, tres patrulleros y una ambulancia desentonaban con la fresca mañana del jueves. Una muchedumbre se había congregado en las escaleras entorpeciendo la labor policial. Un oficial de tupido bigote estaba perdiendo la paciencia y comenzaba a gritarles a los estudiantes curiosos que despejaran el lugar.

Sebastián descendió del colectivo a las seis y cuarenta y cinco. La misma puntualidad abrumadora de siempre. En medio de tanto caos se sintió desorientado y no supo hacia dónde dirigirse. La mezcla de las luces de patrulleros y ambulancia comenzaba a marearlo. El gentío morboso que hacía conjeturas sobre el caso que aún desconocía le provocaba unas incontenibles ganas de salir corriendo.

Se alejó un poco del tumulto, se sentó en un banco de madera y fijó la vista en la vereda. Inhaló con lentitud el aire matutino para relajarse y despejar su cabeza.

¿Qué le pasaba al mundo últimamente, que la muerte violenta y la sangre eran cada vez más cotidianas?

Una figura apareció desde atrás. Pudo verla de reojo. Dudaba entre seguir su camino o quedarse junto a él. Se sentó a su lado.

Sebastián elevó la vista, curioso. Lu apoyó una mano en su brazo.

-¿Estás bien? –lo miró a los ojos.

Ahora estaba bien, claro que sí.

-Sí, no es nada. Un poco mareado nomás. Gracias –respondió ruborizado, escondiendo su rostro gracias a la penumbra. Aún no llegaba el sol de ese lado del edificio.- ¿Sabés qué pasó ahí adentro?

-Parece que alguien decidió suicidarse en uno de los baños. Qué mal gusto –Frunció la nariz, ese gesto que Sebastián comenzaba a adorar.- Podría haber elegido, que se yo: la biblioteca, la terraza. No, un baño público de Ciudad Universitaria. Qué poco sentido de la trascendencia.

Sebastián la observaba atónito. Suponía que estaba siendo sarcástica, pero nunca la hubiese imaginado bromeando así sobre temas tan oscuros.

-¿Ya lo sacaron? –preguntó suponiendo la respuesta. Los cuervos aún rondando indicaban que no.

Ella con una mirada le hizo comprender que estaba preguntando obviedades.

-No va a haber clase hoy, ¿por qué no nos vamos a dar una vuelta por ahí? –propuso a un Sebastián que comenzaba a morderse los labios.

-Primero me gustaría saber quién fue -murmuró él señalando el edificio.

Ella no pareció muy alegre con la decisión, sin embargo lo acompañó.

Era imposible traspasar la barrera humana que se había conformado. Nadie quería ceder su lugar en primera fila para cuando la policía arrastrase fuera de allí la bolsa negra conteniendo el cadáver.

-No se puede, Seba –gruñó ella cada vez más impaciente- El caldo procedente de una muchedumbre me provoca náuseas ¿podemos irnos?

Sebastián cedió ante aquel ruego recordando su estado previo. Diez minutos atrás no se hubiese aventurado en el montón, parecía como si ella le diera fuerzas. No valía la pena incomodarla sólo por disipar una estúpida preocupación.

-Tenés razón, no tenemos nada que hacer acá. Va... –su discurso fue interrumpido por una mano surgida de la barrera que lo aferró de un brazo y comenzó a tironear de él.

Sintió un creciente temor a medida que transcurrían los segundos y la mano desconocida no cedía en su empeño. Cuando Lu se aferró a su otro brazo, Sebastián comprendió y se dejó llevar. Atravesó la pared viva no sin dificultades, más tarde contaría varios moretones dejados como souvenir. El más llamativo: un certero codazo sobre el hueso de la cadera cuando tuvo que tironear para hacer pasar a Lu, que quedaba aún al otro lado.

-¿¡Sos duro, eh!? –exclamó Sergio con el rostro colorado y bañado en sudor- ¿Qué te creías que era, el muerto que quería arrastrarte?

-E-estaba distraído, no entendía nada –se excusó Sebastián frotándose con una mano el golpe en la cadera.

-Epa... ¿y no vas a presentar a tu distracción? –Sonrió irónico mientras observaba a Lu que, parada en silencio, observaba las luces con rostro impasible.

Lo inevitable había llegado. Sebastián no supo qué decir. Sergio lo miraba fijamente, instándolo a confesar. No había escapatoria.

-Ehm... e-ella es... –se resignó Sebastián que sin embargo, sabía que no podía decir demasiado- Lu.

Los gestos de Sergio reclamaban más datos, explicaciones, pelos y señas.

-¿Lu? ¿Nada más? –gesticuló ansioso.

Sebastián se encogió de hombros, estaba siendo sincero, no había más qué decir.

-Mucho gusto, Lu. Yo soy Sergio, amigo del señor tartamudo. –Extendió una mano que jamás fue recibida.

Ella vigilaba las escaleras. Un murmullo creciente acompañó la aparición de cuatro policías trasladando una camilla sobre la que descansaba el anónimo suicida, escondido el rostro bajo la negrura de su envoltorio.

Un quinto uniformado caminaba detrás, despacio y sumido en vaya a saber qué conjeturas sobre el caso. Al acercarse al grupo de estudiantes paseó la mirada sobre ellos como si fuesen una horda de presidiarios.

-A un lado, señores, aquí no hay nada que ver –exclamaban los oficiales intentando abrirse paso hasta la ambulancia.

Y ciertamente no lo había.

-¿A ese qué le pasa? –se ofendió Sergio bajo el escrutinio del oficial rezagado.

-Es policía –respondió Lu observando al que ya se metía en el patrullero.- Su trabajo es desconfiar de todo el mundo.

Los tres comenzaron a alejarse en silencio. Lu, rumiando sus pensamientos; Sebastián, deseando que su amigo los abandonara a la brevedad; y Sergio, avergonzado ante la respuesta de la distracción de su amigo. Sin embargo, estar callado no era su estado natural.

-¿Alguna vez imaginaron que un profesor podría suicidarse en la Facultad? Suena raro, ¿no?

Sergio adivinó en la mirada incrédula de Sebastián que no sabía de qué se trataba. Lu continuaba concentrada en sus pensamientos.

-¿Algún profesor que conozcamos? –preguntó Sebastián, más serio de lo que hubiese querido.

-No. Uno de Biología. Esperá, tiene un apellido complicado. Ber... Bert... ¡Bernstein! –escupió al final, riéndose de su propia tartamudez.

Lu le dedicó una breve mirada. No supieron si de curiosidad, de reproche o de condena. En seguida murmuró una excusa para irse a toda prisa.

Sergio se quedó mirándola como a una especie de insecto muy extraño (por no decir como a un bicho raro). Sebastián al principio se quedó parado mirándola irse. Pero, por increíble que pareciera, reaccionó dos segundos después y corrió tras ella.

-¡Lu! Esperá. ¿Estás bien...? ¿Querés que te acompañe?

Ella dio media vuelta y lo miró a los ojos un tanto sorprendida. Parecía no estar acostumbrada a tanta preocupación dirigida a su persona. Lo miró a los ojos, inexpresiva. En seguida parpadeó.

-Estoy bien. Estas cosas me perturban un poco, quisiera estar sola.

-Bueno, pero... te quería preguntar. Por casualidad este Bernstein, ¿es el mismo profesor que te seguía la otra vez? –preguntó de golpe, sin anestesia.

-Sí –respondió ella mirando el suelo. Volvió a mirarlo a los ojos con expresión indescifrable y acotó- Te dije que estaba medio loco.

Sebastián no supo qué responder. Se quedó allí parado, con las manos juntas, mirándola e intentando comprender un poco más de lo que ella no quería decir. No hubo caso. Tenía un rostro que no dejaba traslucir nada.

Ella lo miró y esbozó una sonrisa un tanto forzada.

-Gracias, Seba –susurró y antes de darle tiempo a responder, se acercó y le dio un suave beso en los labios.

Se alejó caminando hacia la salida del predio. Sebastián, petrificado, la observó hasta perderla de vista. No supo cuánto tiempo pasó hasta que Sergio se acercó para llevárselo por ahí a contarle chistes de suicidas que nunca llegó a escuchar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ciudad universitaria?.. el pabellon II me da tristeza cuando entro..

me encantó lo que escribiste,
un saludo

Natalia Caceres dijo...

Muchas gracias ^^ Bienvenida. Es tétrico el Pabellón II, sip...