¿Qué es Sed?

Allá por julio del 2007 (sí, quién diría que pasó tanto tiempo, no?), andaba enojada con mi inspiración ausente y decidí sentarme y obligarme a escribir algo. Vino una imagen a mi cabeza. Oscura, extraña. Jugué a describirla. Así surgió el primer capítulo de Sed (que en ese momento para mí era "estacosaquestoyescribiendo").

No soy una persona de esas que finalizan los proyectos que comienzan, pero a medida que surgieron capítulos y la gente se fue enganchando... adquirió este título (provisorio u_u jajaja) y ya no hubo marcha atrás.

Es gracias a ustedes -a su avidez de beber más y más de la trama- que Sed acaba de arribar a su capítulo 50, el último de la historia. Bueno, y a unos cuantos picotones de Pablo (mi novio) n_n

Ahora comienza la etapa de corrección, espero que no se haga demasiado larga... y a ver qué pasa con la editorial, porque tengo pensado publicarlo :D


Quiero agradecerles enormemente el aguante. La paciencia, los comentarios, las críticas, o que sólo hayan leído sin decir nada. Las palabras están para ser leídas, ese es su mayor destino.

Un abrazo gigantesco que los abarque a todos ^^


Sed es una historia que gira en torno a la soledad y la necesidad e idealización del otro. Es una novela salpicada de sangre, algo de sensualidad y mucho misterio.

Los acontecimientos que transcurren en ella, van entrelazando las vidas de los personajes. A veces para bien, a veces para mal... otras para peor.

Los invito a leerla y criticarla con confianza. De eso se alimenta mi escritura.


El contenido de esta historia puede resultar ofensivo para algunas personas, si usted es de esas que se ofenden.... por favor diríjase a otra parte.
Muchas gracias y disculpe las molestias ocasionadas.


Atte, La autora.

20/4/08

.: XX :. (Secuestro)


Imagen: Les Amants- Rene Magritte

Eran las siete de una fría mañana de Septiembre. Aquel extraño Septiembre en que tantas cosas sucedieran. Sofía caminaba despacio, disfrutando el viento en su rostro. Mucho tiempo había pasado desde la última vez que hiciera ese recorrido a pie y ese día había surgido la ocasión como caída del cielo.

El ataque de paranoia que asaltara a su padre cuando el auto, que ayer mismo funcionaba a la perfección, se negó a ponerse en marcha; le había hecho pensar que sería “un día de esos”. Pero le sorprendió su propia calma, que al parecer convenció a sus padres, porque ambos se quedaron intentando solucionar el problema mientras ella caminaba al colegio.

-Son diez cuadras, Papi, no pasa nada. A mitad de camino ya está lleno de chicos que van en mi misma dirección –había soltado con tanta naturalidad que sus padres la miraron casi con vergüenza. La niña crecía, por más que ellos quisieran guardarla entre algodones.

-Bueno, está bien. Vas sola. Pero a la salida veo si puedo ir a buscarte –aceptó Norma con resignación.- Capaz que lo llamo a Seba, si no está ocupado quizá pueda pasar él.

-Ma, Seba tiene una vida propia, aunque no lo parezca. –Sofía rió.- No te preocupes, un día que venga sola no me va a hacer mal. Caminar es saludable.

Le dio un beso a cada uno y se apresuró a escapar con la excusa de que llegaría tarde.

Pero a las dos cuadras aminoró la marcha, no tenía ganas de correr. Era una hermosa mañana de primavera, tenía dieciséis años, amaba y era correspondida. La vida le sonreía.

Había llegado al final del cuaderno y no había comprendido el poema tan ansiado por más que lo intentó con todas sus ganas.

Se aferró a un par de versos y los repetía para sus adentros como un conjuro.


Tu alma, mi amuleto.

Necesito tenerte

Para acallar mi voz.”


Sofía sonreía al significado que le atribuía a esos versos.

Tres cuadras más y habría llegado. Observó a los demás uniformados marchar hacia la escuela con gesto de triste aceptación o aún enfado, nublados los ojos por el sueño. Se sintió afortunada por poder lucir una gran sonrisa a medida que sus pasos se acercaban al edificio.

Llegaba tarde. Le sonrió a Marita y su cuaderno reprobador. Le dieron ganas incluso de sacarle la lengua, pero se contuvo.

Entró al aula, triunfal, ante la mirada de su amado en el momento justo en que pronunciaba su nombre.

-…cedo, Sofía. Buenos días, señorita –le sonrió, radiante.- ¿Problemas con el despertador?

Ella tomó asiento en su lugar habitual, sintiéndose la actriz principal de una gran obra de teatro.

-Problemas de transporte –respondió, devolviendo la sonrisa y dejando caer con torpeza el cuaderno prestado.

Él se apresuró a alcanzárselo, aprovechando la ocasión para rozar sus dedos.

-Sofi, ¿qué te pasa? ¡Estás hecha una estúpida! –El reproche le llegó desde atrás, en voz baja.

Sofía giró la cabeza, mirando a Florencia con desprecio. ¿Qué podía entender, pobre infeliz, que no se sentiría en su vida de la misma manera que ella se sentía en ese momento?

-¿Algún problema, Salcedo? –interrogó la arpía Gutiérrez que acababa de ingresar al aula.

-No, Profesora, ninguno.

-Entonces concéntrese en el pizarrón, que no es usted precisamente una luz en mi materia –rugió malhumorada la docente.

Quizá fuera “un día de esos” después de todo. Intentó aferrarse a los instantes en que sus miradas se cruzaban para alivianar el peso de todo lo demás. Parecía que el resto de la gente estaba empecinada en hacerla sentir mal. Estuvieron a punto de lograrlo si no hubiese sido porque decidió quedarse en el aula durante el último recreo. Se quedó sentada, releyendo versos, escudriñando palabras; hasta que, por el rabillo del ojo, lo vio aproximarse.

-Ahí estabas. –Le sonrió.- Quería decirte algo y no podía encontrarte por ningún lado.

-Me estoy escondiendo –respondió ella.- Las personas están enojadas conmigo hoy.

-¿Cómo podrían? –La observó por un rato con un dejo de ternura.- No puedo quedarme acá, quería decirte que yo puedo llevarte a la salida. Pero tenés que salir rápido, apenas suene el timbre.

Ella asintió con entusiasmo.

-Así me gusta. –Le sonrió con complicidad.- Esperame a la vuelta, en la casa verde. Esa que tiene muchos árboles en el frente.

-Sí, se cuál es.

El preceptor abandonó el aula con rapidez, dejando a Sofía rebosante de emoción e inquietud. Nunca había estado más ansiosa por oír el sonido del timbre de salida.

Cuando por fin sonó, ya había guardado todas sus pertenencias hacía rato y se levantó de un salto, encaminándose fuera del edificio como si huyera de un incendio.

Allí estaba la casa verde con sus numerosos árboles, pero él no se hallaba por ninguna parte. Decidió esconderse tras uno de los troncos para esperarlo.

No había pasado mucho tiempo cuando apareció, manejando un auto azul, buscándola con la mirada. Sofía se acercó presurosa y él abrió la puerta del acompañante invitándola a subir.

Apenas se hubo sentado junto a él, sintió que dejaba algo atrás. Un súbito sentimiento de melancolía la invadió, nublando su felicidad por unos instantes. Lo miró. Acarició con la mirada el perfil del hombre a su lado y se le antojó aniñado. Sonrió, disipando la niebla. Qué más podía pedir.

Antes de doblar la esquina pudo vislumbrar la figura de Sebastián dirigiéndose al colegio. Su madre se había salido con la suya.

-Pobre Seba, –murmuró, siguiéndolo con la mirada- lo molestaron por nada.

El preceptor lo observó cuando le pasaron cerca. A Sofía le pareció que el ritmo de la respiración de él se modificaba.

-¿Ese es tu profesor de Matemáticas? –preguntó en voz baja.

-Sí. También es mi amigo –respondió ella estudiando su reacción.- Quizás el único amigo verdadero que tuve.

Su mirada podría ser de desprecio, o de algo más complejo que Sofía no supo descifrar.

-¿Estás celoso? –preguntó divertida.- No podés estar celoso de Seba.

Él rió un tanto nervioso. Enseguida la acarició en la mejilla.

Ella besó esa mano y lo dejó retomar el volante. No iban rumbo a su casa, lo sabía y no le importaba. Sólo un leve pinchazo de culpa la obligaba a volver sobre la promesa que le hiciera a Sebastián.

Sofía quiso convencerse de que era bastante adulta como para hacerse cargo de sus decisiones. No lo había logrado del todo cuando, en pocas palabras, él la hizo sentir lo contrario.

-Desde este momento sos solamente mía, nena.

Y comenzaron a alejarse de la ruta principal.

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