¿Qué es Sed?

Allá por julio del 2007 (sí, quién diría que pasó tanto tiempo, no?), andaba enojada con mi inspiración ausente y decidí sentarme y obligarme a escribir algo. Vino una imagen a mi cabeza. Oscura, extraña. Jugué a describirla. Así surgió el primer capítulo de Sed (que en ese momento para mí era "estacosaquestoyescribiendo").

No soy una persona de esas que finalizan los proyectos que comienzan, pero a medida que surgieron capítulos y la gente se fue enganchando... adquirió este título (provisorio u_u jajaja) y ya no hubo marcha atrás.

Es gracias a ustedes -a su avidez de beber más y más de la trama- que Sed acaba de arribar a su capítulo 50, el último de la historia. Bueno, y a unos cuantos picotones de Pablo (mi novio) n_n

Ahora comienza la etapa de corrección, espero que no se haga demasiado larga... y a ver qué pasa con la editorial, porque tengo pensado publicarlo :D


Quiero agradecerles enormemente el aguante. La paciencia, los comentarios, las críticas, o que sólo hayan leído sin decir nada. Las palabras están para ser leídas, ese es su mayor destino.

Un abrazo gigantesco que los abarque a todos ^^


Sed es una historia que gira en torno a la soledad y la necesidad e idealización del otro. Es una novela salpicada de sangre, algo de sensualidad y mucho misterio.

Los acontecimientos que transcurren en ella, van entrelazando las vidas de los personajes. A veces para bien, a veces para mal... otras para peor.

Los invito a leerla y criticarla con confianza. De eso se alimenta mi escritura.


El contenido de esta historia puede resultar ofensivo para algunas personas, si usted es de esas que se ofenden.... por favor diríjase a otra parte.
Muchas gracias y disculpe las molestias ocasionadas.


Atte, La autora.

22/4/08

.: XXI :. (Impotencia)


Desde el momento en que Norma colgó el teléfono, Sebastián no pudo quedarse tranquilo. Algo sonaba mal. Algo estaba fuera de lugar. No era sólo el sabotaje al vehículo de Roberto, tampoco la aparente calma que la madre describiera en Sofía. Era algo más. El aire mismo parecía haberse modificado, enrarecido. Sintió un escalofrío.

A media mañana el cielo comenzó a oscurecer. Densos nubarrones complotaban contra la primavera. Sebastián no pudo quedarse quieto y se puso en camino hacia el colegio de Sofía.

No podía evitar sentir que todo lo que encontraba a su paso le era hostil. Bolsas de basura despedazadas a arañazos. Un animal hambriento andaba suelto. La oscuridad de los portones entreabiertos amenazaba con abducirlo, perdiéndolo para siempre en el olvido. Y Sofía, la niña-mujer en el país de las maravillas, era embrujada por aquel hombre misterioso; que la envolvería en un capullo de seda para devorarla en la cena sin que él pudiera hacer nada al respecto.

Apuró el paso. La hora de salida estaba próxima. Oyó a la distancia sonar el timbre. Otro escalofrío. Una gota de sudor resbaló por su sien. Más rápido. Ya casi. Auto azul. Ahora corría. Casa verde. Un poco más. Cruzaría la calle y habría llegado.

Colegiales uniformados pulularon por la vereda frenándole el paso y arrastrándolo a una especie de extraño limbo. Gritos y risas quebraron la modorra en que comenzaban a sumergirse sus sentidos, acelerando la súbita cámara lenta. Estaba mal. Todo estaba tan mal. Adolescentes por todos lados y Sofía no estaba entre ellos.

Un rostro conocido lo interrogó con la mirada. Ariadna, amiga de Sofía, había sido alumna suya el trimestre anterior.

-¿La viste a Sofi? –le preguntó dejando la cortesía de lado.

-Sí, la vi hoy en clase –explicó ella sin comprender.– ¿Por qué?

-Ahora, a la salida ¿la viste? –se impacientó Sebastián, arrojando su mirada como un anzuelo sobre todas las chicas que caminaban alrededor.

-Salió corriendo cuando tocó el timbre –comentó Florencia, que se había acercado para oír de qué hablaban.

-¿Sabés si se iba con alguien o para dónde? –inquirió él, ansioso por cualquier indicio, por más insignificante que pareciera.

-No, ni idea… Sofi está muy rara últimamente –respondió Florencia con un gesto de disgusto que rayaba en la tristeza.

-No te enrosques, Seba –intentó tranquilizarlo Ariadna,– se debe haber ido para la casa. Sus viejos son muy rompebolas. Si llega veinte minutos tarde llaman a la policía, a los hospitales…

Florencia rió estúpidamente. Acababa de descubrir que Sebastián le gustaba y no sabía demostrarlo de otra manera. Ella tomó la palabra:

-Son unos exagerados –explicó con aires de mujer superada.- Los míos tuvieron que acostumbrarse. Capaz que Sofi los está curando de espanto. Es la única manera de que entiendan que no tienen todo el poder que creen sobre una.

Sebastián se alejó sin mediar palabra. Estaba perdiendo tiempo precioso allí. Su mente atropelló todos los rostros que encontró por el camino. Intentó bloquear todo esbozo de hipótesis descabellada que pudiera asaltarlo. Aún debía verificar si no había vuelto a su casa sola y ajena por completo a su incipiente desesperación.

Las cuadras se le hicieron eternas. El cielo, negro y turbulento, no ayudaba a menguar su ansiedad.

Cuando Norma abrió la puerta a un Sebastián sin aliento, un trueno ensordecedor pareció anunciar una catástrofe.

La gravedad en los ojos del joven fue más elocuente que cualquier explicación. La aprensión en los ojos de la madre le arrebató a Sebastián la esperanza que le quedaba. Sofía no había vuelto.

Se sentaron a la mesa del comedor en silencio. Norma se mordía el labio inferior buscando explicaciones en las vetas de la madera. Sebastián extendía su mirada más allá de la lluvia que golpeaba con fuerza en la ventana. Intentaba refrenar las apresuradas conclusiones que se agolpaban en su cabeza y sopesaba cuánto podría decirle a la mujer sentada a su lado sin que lo acuchillara por haber callado lo que sabía.

El problema era que no estaba seguro de lo que sabía. Bien podía ser producto de la fantasía de una adolescente obsesionada y entonces estaría incriminando a un inocente. Sacudió la cabeza. Su propia mente no estaba siendo de gran ayuda.

Norma lo observó en silencio. Sabía que no podía cargar en los hombros de Sebastián todo el peso de su creciente pánico. Pero era el único que estaba allí, y después de todo, había llegado a ser una especie de hermano mayor para su hija.

-¿Preparo té de tilo? –preguntó con voz temblorosa.- No hay que apresurarnos ¿no? Hay que esperar.

Sebastián asintió. No quedaba otra alternativa.

Dos horas más tarde, mientras el joven la tomaba de la mano, Norma llamaba a su marido para ponerlo al tanto de la situación. Roberto guardó silencio unos segundos.

-¿No puede ser que se haya quedado por ahí con alguien? No seamos trágicos –dijo el padre con el mismo carácter de siempre. Sin embargo el tono de su voz era diferente. Estaba intentando convencerse a sí mismo.

-Roberto ¿con este temporal vos creés que Sofi va a andar por ahí en vez de venir directo a casa?

-En una de esas se quedó en lo de una amiga y cuando vio que se largaba la tormenta decidió esperar a que pare.

-Podría llamar, sería lo más lógico. –Los ojos de Norma se encontraron con los de Sebastián. Ya habían sopesado esas posibilidades. Incluso habían llamado a todas las amigas que conocían. La versión era siempre la misma: Sofía había desaparecido apenas sonara el timbre de salida.

-Ahora voy para allá –se resignó Roberto.- Llamá a los hospitales primero, a la policía después.

La respuesta no fue alentadora en absoluto. La policía no los tomaría en serio hasta pasadas veinticuatro horas de ausencia, y así y todo le daría prioridad a la teoría de una fuga. Los adolescentes se fugan todo el tiempo y por cualquier motivo. Y no, el hecho de que Tanya Robles hubiese aparecido muerta al día siguiente de su desaparición no cambiaba las cosas. Un caso aislado no sienta precedentes. Norma quiso preguntarle al policía que la atendió cuántas Tanyas debían morir para que eso sucediera. Pero se calló. Mejor ocupar el tiempo en buscar a su hija.

Al menos no se hallaba en ningún hospital. Era, en parte, un extraño alivio.

-Seba, andá para tu casa –le pidió Norma con dulzura.- Cualquier cosa te avisamos.

Sebastián los observó; abrazados, sosteniéndose el uno al otro y se odió por no tener el coraje suficiente para abrir la boca.

Asintió y se retiró en silencio bajo la mirada agradecida de ambos.

No pudo pegar un ojo en toda la noche. En su cabeza bullían millones de ideas. A primera hora de la mañana se encaminaría a la escuela. Necesitaba la dirección del famoso Preceptor.

No hay comentarios: