¿Qué es Sed?

Allá por julio del 2007 (sí, quién diría que pasó tanto tiempo, no?), andaba enojada con mi inspiración ausente y decidí sentarme y obligarme a escribir algo. Vino una imagen a mi cabeza. Oscura, extraña. Jugué a describirla. Así surgió el primer capítulo de Sed (que en ese momento para mí era "estacosaquestoyescribiendo").

No soy una persona de esas que finalizan los proyectos que comienzan, pero a medida que surgieron capítulos y la gente se fue enganchando... adquirió este título (provisorio u_u jajaja) y ya no hubo marcha atrás.

Es gracias a ustedes -a su avidez de beber más y más de la trama- que Sed acaba de arribar a su capítulo 50, el último de la historia. Bueno, y a unos cuantos picotones de Pablo (mi novio) n_n

Ahora comienza la etapa de corrección, espero que no se haga demasiado larga... y a ver qué pasa con la editorial, porque tengo pensado publicarlo :D


Quiero agradecerles enormemente el aguante. La paciencia, los comentarios, las críticas, o que sólo hayan leído sin decir nada. Las palabras están para ser leídas, ese es su mayor destino.

Un abrazo gigantesco que los abarque a todos ^^


Sed es una historia que gira en torno a la soledad y la necesidad e idealización del otro. Es una novela salpicada de sangre, algo de sensualidad y mucho misterio.

Los acontecimientos que transcurren en ella, van entrelazando las vidas de los personajes. A veces para bien, a veces para mal... otras para peor.

Los invito a leerla y criticarla con confianza. De eso se alimenta mi escritura.


El contenido de esta historia puede resultar ofensivo para algunas personas, si usted es de esas que se ofenden.... por favor diríjase a otra parte.
Muchas gracias y disculpe las molestias ocasionadas.


Atte, La autora.

15/3/09

.: XXXIII :. (Inconsciencia)


Imagen: Wall

El repentino estruendo al otro lado de la puerta llegó a oídos de Sofía que, sentada en la cama con la luz encendida, se palpaba el labio inferior constatando la hinchazón creciente.

Se levantó de golpe, como si pudiese atisbar qué sucedía en el exterior. Había comprobado un rato antes que la puerta volvía a estar cerrada. Las cosas eran desastrosas, como nunca se hubiese imaginado que podrían serlo. De vuelta a la caja de cristal. Sintió escalofríos.

Se acercó a la puerta y apoyó el oído. Tras el alboroto inicial se había instalado un silencio contaminado por la radio-mosca que le dio más miedo que si aquél sonido hubiese continuado sin cesar.

¿Qué podría estar sucediendo ahí afuera? ¿Habría venido alguien a buscarla? De ser así, nada de todo aquello sonaba bien.

Por primera vez fue consciente de que si algo llegaba a sucederle a Luca, nadie sabría dónde encontrarla. Moriría de hambre, sed y desesperación, oliendo sus propios desperdicios.

Golpeó la puerta con fuerza. Creyó oír algo más al otro lado y aguzó el oído. Fuera lo que fuese, se había detenido. Llamó a Luca a gritos. No sabiendo quién podía encontrarse del otro lado, creyó que era lo más prudente.

Después de unos instantes en que nada sucediera, la puerta se sacudió violentamente bajo unos puños furiosos que hicieron a Sofía retroceder hasta la pared contraria con el corazón latiendo descontrolado.

Luego, un silencio espeso se apoderó del lugar.


Luca bajó los brazos sin dejar de apretar los puños. Apoyó la frente en la puerta cerrada e intentó aminorar el ritmo de su respiración. Todos sus planes se habían tergiversado, ya no existía esa línea que seguir, esa que decía dónde pisar y dónde no. Era hora de enfrentarse con cosas y personas que hubiese deseado evitar. Sobre todo con el miedo que había provocado en Sofía y ahora no sabía remediar. Lo único que le salía era profundizarlo cada vez más.

Se alejó de la puerta. Pensaría en eso más tarde. Ahora había otros asuntos que arreglar. Levantó del suelo la radio apagada y abandonó la habitación vacía cerrando la puerta a sus espaldas.

El engreído profesorcito yacía desmayado sobre un sillón de dos cuerpos. Sobreviviría. El golpe no había sido demasiado fuerte. Lo suficiente para poder manipularlo con tranquilidad. No se libraría muy fácil del dolor de cabeza, por supuesto. Luca sonrió.


-Maldito estorbo, espero que sirvas para algo –murmuró mientras abría una puerta que no parecía usarse en absoluto. Rechinó como podría hacerlo en una película de terror.

En medio de un corredor oscuro que dividía el caserón en dos había una carretilla. La acercó al inconsciente Sebastián y acomodó el cuerpo encima sin demasiados miramientos. Luego, la empujó por el largo corredor.

Algunas de las puertas que dejaba atrás ya no servían ni para detener el paso del aire. En muchos de aquellos tétricos ambientes el agua de la lluvia había penetrado por las grietas del techo y formado en las paredes colonias de hongos que se confundían con el hollín predominante.

Llegó con su pesada carga hasta la última habitación. Descansó unos segundos y abrió la puerta con una llave que extrajo de su bolsillo. Empujó la carretilla dentro hasta la cama y procedió a depositar a su nuevo rehén sobre el colchón.

La habitación era bastante espaciosa y se mantenía, si bien no arreglada, al menos limpia. La pintura de las paredes no era más que un recuerdo. Una lamparita desnuda pendía del centro del cielorraso. En ese momento la luz que llenaba el ambiente entraba por una única ventana que daba al fondo del terreno.

Extrajo una soga de un armario desvencijado y ató con firmeza las muñecas y los tobillos de Sebastián. Salió de allí con la carretilla, volvió a cerrar la puerta con llave y se alejó silbando.


Durante las horas siguientes la realidad volvió a Sebastián y se le escabulló entre las sábanas repetidas veces. De lo único que estaba seguro era que su cabeza estallaría en cualquier momento, lo cual no era un dato para nada alentador.

La primera vez que abrió los ojos, la luz moribunda que entraba a través de la ventana lo desconcertó. No comprendía dónde se hallaba. No tuvo tiempo de pensarlo demasiado. Al mover el cuello el dolor de cabeza lo sumió de nuevo en los oscuros abismos de la inconsciencia.

La siguiente vez lo despertó la molestia de las sogas que lo amarraban. Creyó vislumbrar el rostro de Lu en la penumbra. La luz se encendió obligándolo a cerrar los ojos. La cabeza le latía como si una manada de rinocerontes hubiese decidido corretear sobre ella. Oyó el ruido de una llave girando en una cerradura y el persistente canto de los grillos dando la bienvenida a la noche.

En plena madrugada sintió que alguien se sentaba a su lado y por más que abrió los ojos no pudo ver. La habitación volvía a estar a oscuras. El dolor de cabeza había pasado a segundo plano, ahora muñecas y tobillos parecían quemarlo sin piedad.

-Tremenda molestia resultaste ser –dijo la figura sentada a su lado. Su voz era grave pero suave pese a la nota de desprecio que se adivinaba en ella.- No sé qué mierda voy a hacer con vos ahora.

Sebastián intentó hablar pero las palabras se le atragantaron. Tenía la garganta demasiado seca.

-No hables. No vas a poder y no tengo ganas de escucharte. Sé de sobra lo que vas a preguntarme. Ella está bien. No voy a decirte nada más. Solamente quiero que sepas que voy a sacar provecho de tu presencia en esta casa. Espero que me sirvas para algo. Descansá todo lo que puedas. Mañana va a ser un día muy largo.

Se alejó de la cama y se oyó de nuevo el tintineo de la llave. Tras el consabido traquetear de la cerradura una vez que la puerta se cerrara, el silencio volvió a tragarse la noche.

Sebastián luchó por aferrarse a la vigilia con las pocas fuerzas que le quedaban. La oscuridad más allá de la ventana incrementaba la de la habitación, y ambas se precipitaron en su mente. Fue arrastrado otra vez hacia ese lugar donde realidad e irrealidad se mezclan para crear un mundo donde las suposiciones son certezas contundentes.

Atiborrado de pesadillas, en un rincón ignorado por todos los que podían preocuparse por su bienestar, Sebastián durmió sin descanso hasta que el sol trepara sobre el muro cubierto de enredaderas, mudo testigo de sus penurias desde el otro lado de la ventana.