¿Qué es Sed?

Allá por julio del 2007 (sí, quién diría que pasó tanto tiempo, no?), andaba enojada con mi inspiración ausente y decidí sentarme y obligarme a escribir algo. Vino una imagen a mi cabeza. Oscura, extraña. Jugué a describirla. Así surgió el primer capítulo de Sed (que en ese momento para mí era "estacosaquestoyescribiendo").

No soy una persona de esas que finalizan los proyectos que comienzan, pero a medida que surgieron capítulos y la gente se fue enganchando... adquirió este título (provisorio u_u jajaja) y ya no hubo marcha atrás.

Es gracias a ustedes -a su avidez de beber más y más de la trama- que Sed acaba de arribar a su capítulo 50, el último de la historia. Bueno, y a unos cuantos picotones de Pablo (mi novio) n_n

Ahora comienza la etapa de corrección, espero que no se haga demasiado larga... y a ver qué pasa con la editorial, porque tengo pensado publicarlo :D


Quiero agradecerles enormemente el aguante. La paciencia, los comentarios, las críticas, o que sólo hayan leído sin decir nada. Las palabras están para ser leídas, ese es su mayor destino.

Un abrazo gigantesco que los abarque a todos ^^


Sed es una historia que gira en torno a la soledad y la necesidad e idealización del otro. Es una novela salpicada de sangre, algo de sensualidad y mucho misterio.

Los acontecimientos que transcurren en ella, van entrelazando las vidas de los personajes. A veces para bien, a veces para mal... otras para peor.

Los invito a leerla y criticarla con confianza. De eso se alimenta mi escritura.


El contenido de esta historia puede resultar ofensivo para algunas personas, si usted es de esas que se ofenden.... por favor diríjase a otra parte.
Muchas gracias y disculpe las molestias ocasionadas.


Atte, La autora.

27/1/08

.: XV :. (Cambio)

La imagen pertenece a un pintor polaco llamado Zdzislaw Beksinski. Desconozco el nombre de la obra.


Esa mañana Sebastián se despertó con la boca seca y la garganta molesta. Moría de sed. Había soñado con enormes cantidades de agua cristalina fluyendo en todas direcciones. Pero cada vez que intentaba beber, ésta se convertía en sangre.

Se levantó de la cama respirando con dificultad. Sentía las paredes de la garganta pegársele como si fueran a cerrarse. Necesitaba beber agua con urgencia.

Se dirigió a la cocina y bebió media botella de agua mineral sin parar. Con las gotas chorreando por su barbilla echó un vistazo dentro de la heladera. Tan pulcra, tan blanca, tan ordenada. Todo se hallaba envuelto con prolijidad, separado por tipo de alimento. La carne acá, la verdura allá. Las frutas ahí, los lácteos más acá.

Se preguntó qué lo obligaba a necesitar esa inflexibilidad. Se descubrió interrogándose acerca de qué podría suceder si esa monotonía habitual se desmoronaba.

Cerró la heladera y se sentó en una banqueta. Se dio cuenta de que sólo llevaba puestos sus calzoncillos. Vivía solo. Pero siempre se vestía al levantarse.

Muchos cambios se habían sucedido en los últimos tiempos. Eran modificaciones introducidas en su vida por seres extraños a su entorno.

Mujeres.

Dos mujeres habían revolucionado su mundo en un abrir y cerrar de ojos. Suspiró.

Se sintió transportado a su pubertad. De repente volvía a tener catorce años, con sus granos y sus aparatos de ortodoncia palpitando por Cecilia, su compañera de colegio.

Cecilia y sus ojos verdes, perfectos. Cecilia y sus bucles rubios al sol. Cecilia y su risa... La risa de todas ellas leyendo la carta de Sebastián durante el recreo.

No quiso seguir recordando, pero las situaciones se amontonaron solas en su cabeza hasta que un ruido lo devolvió al presente. Había estrujado la botella plástica hasta doblarla en dos.

Intentó convencerse de que ya no era el mismo, que aquél Sebastián que había llorado hasta el hartazgo ya no existía. Pero sabía que muy profundo, bajo la dura armadura que se había construido a través de los años, aún persistía; acurrucado en un rincón, escondiéndose hasta de sí mismo.

Lo había visto reflejado en el llanto de Sofía, esa niña que se creía tan fuerte y preparada para la vida.

No quería que ella tuviese que construirse también una coraza protectora. No quería que se convirtiese en eso que era él.

Temía que ya no necesitara de sus clases. Había mejorado mucho en poco tiempo, quizá no volviera a verla. Eso lo entristecía.

Por otro lado estaba Lu. La chica misteriosa. Lo llenaba de incertidumbre y a la vez lo impelía hacia ella como un irresistible imán, moviéndolo a hacer cosas de las que nunca se había creído capaz.

Necesitaba saber más. Ansiaba verla cada día e intentar adivinar un poco de lo que se escondía tras ese halo de intriga, aunque sus intentos fueran vanos. Nada sabía.

Y, por qué negarlo, lo atraía terriblemente, tanto su apariencia como su personalidad. Por un momento supo que ese mismo misterio se manifestaba en sus rasgos, en su físico. Pero lo descartó con presteza porque no pudo asir el fundamento de dicha idea.

Se hallaba sentado en la cocina, en ropa interior y se había volcado encima agua mineral sin correr a secar todo de inmediato. Las cosas estaban cambiando.

Se desperezó, disfrutando del sol que entraba por la ventana y decidió que, por una vez en mucho tiempo, faltaría a la facultad. Daría un paseo por los bosques de la ciudad. Ni siquiera hacía falta pensar. Sólo disfrutaría del silencio.


El día fresco lo incitó a hacer el viaje hasta la casa de Sofía a pie. La halló rebosante de alegría. Contrastaba tanto con la última vez que la viera que de repente creyó que irradiaba una especie de luz. La observó divertido. No paraba de hablar. De cualquier cosa, parecía que le hubiesen dado cuerda.

-... porque al final, estos ejercicios que me diste la otra vez eran tan fáciles que no entiendo por qué no los capté yo sola desde el principio... ¿qué pasa? –se interrumpió ante la extraña sonrisa de Sebastián.

-¿A mí? –le preguntó sin dejar de sonreír.- Yo di un paseo hoy. Creo que a vos te pasaron cosas más interesantes.

Sofía enrojeció y bajó la vista.

Esa era mi línea; pensó él, divertido.

-No tenés por qué contarme. Pero se nota que estás feliz por algo.

-Sí, quiero contarte, si prometés no decir ni una palabra a mis viejos.

-No vas a encontrar una tumba más silenciosa que yo.

Tras esta confirmación, Sofía pasó a relatarle lo sucedido en clase ese mismo día. No hicieron falta muchas aclaraciones, era evidente que estaba loca por ese tipo. Sebastián más que alegrarse con ella, se preocupó. Pensaba que ningún preceptor que se tomara su trabajo en serio podía involucrarse con una alumna.

-¿Qué edad tiene? –fue lo primero que se le ocurrió preguntar.

-No sé... supongo que unos veinte, más o menos.

-Mhm... ¿ya leíste los poemas? ¿Te gustaron?

-No terminé todavía. La mayoría no los entiendo –replicó, afligida.- No son "poemas de amor", ¿entendés? Uno me quedó grabado, un pedazo al menos. ¿Cómo es...?

Sofía entonó con ojos tragicómicamente soñadores:

-Los pájaros queman el viento en los cabellos de una mujer solitaria que regresa de la naturaleza y teje tormentos…

-hay que salvar al viento.1murmuró Sebastián pensativo y al darse cuenta de que ella lo observaba asintiendo, explicó:- Pizarnik.

-Mirámelo al profe, había sido romántico en el fondo. –Sofía rió.

Esta vez le tocó a él ruborizarse.

-Tené cuidado, Sofi –dijo luego, con gravedad.- No lo conocés.

Sofía sonrió con toda la cara excepto los ojos. Lo había escuchado. Pero no quería escucharlo y él lo supo.

Lo único que deseó en ese momento fue que no lo hubiese categorizado como adulto, porque entonces se cerraría y se acabarían las confidencias.

-Yo también podría contarte sobre alguien… -aventuró, mirando hacia la ventana.

Cuando volvió a mirarla notó que tenía toda su atención y sintió un gran alivio.

-Pero hoy no. Si llega a entrar tu papá y nos oye hablar de otra cosa que no sea funciones, me quedo sin trabajo.

Ella quiso protestar, pero Sebastián puso su mejor mirada de profesor y le sorprendió verla levantar la mano.

-¿Qué? –rió sin comprender.

-¡Ufa! –exclamó ella y se puso a resolver los ejercicios de su libro.

Él la observó en silencio con una sonrisa. De repente frunció el ceño y pensó que sería lo mejor para el famoso preceptor que no estuviera queriéndose aprovechar de aquella niña encantadora.

1 “Origen”, Alejandra Pizarnik. Del libro “La última inocencia” (1956)

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