¿Qué es Sed?

Allá por julio del 2007 (sí, quién diría que pasó tanto tiempo, no?), andaba enojada con mi inspiración ausente y decidí sentarme y obligarme a escribir algo. Vino una imagen a mi cabeza. Oscura, extraña. Jugué a describirla. Así surgió el primer capítulo de Sed (que en ese momento para mí era "estacosaquestoyescribiendo").

No soy una persona de esas que finalizan los proyectos que comienzan, pero a medida que surgieron capítulos y la gente se fue enganchando... adquirió este título (provisorio u_u jajaja) y ya no hubo marcha atrás.

Es gracias a ustedes -a su avidez de beber más y más de la trama- que Sed acaba de arribar a su capítulo 50, el último de la historia. Bueno, y a unos cuantos picotones de Pablo (mi novio) n_n

Ahora comienza la etapa de corrección, espero que no se haga demasiado larga... y a ver qué pasa con la editorial, porque tengo pensado publicarlo :D


Quiero agradecerles enormemente el aguante. La paciencia, los comentarios, las críticas, o que sólo hayan leído sin decir nada. Las palabras están para ser leídas, ese es su mayor destino.

Un abrazo gigantesco que los abarque a todos ^^


Sed es una historia que gira en torno a la soledad y la necesidad e idealización del otro. Es una novela salpicada de sangre, algo de sensualidad y mucho misterio.

Los acontecimientos que transcurren en ella, van entrelazando las vidas de los personajes. A veces para bien, a veces para mal... otras para peor.

Los invito a leerla y criticarla con confianza. De eso se alimenta mi escritura.


El contenido de esta historia puede resultar ofensivo para algunas personas, si usted es de esas que se ofenden.... por favor diríjase a otra parte.
Muchas gracias y disculpe las molestias ocasionadas.


Atte, La autora.

23/9/08

.: XXVI :. (Desasosiego)


Desde el vano de la puerta Roberto observó a su mujer dormida en la cama. Había sido necesario darle un sedante para evitar que caminara por las paredes durante la noche y a primeras horas de la mañana cayó rendida y balbuceante.

Se sentó en un sillón del living y, amparado por la penumbra de las persianas bajas, derramó las lágrimas que venía conteniendo desde hacía horas; en silencio, intacta su inmaculada virilidad.

No habían tenido el más mínimo indicio acerca del paradero de su hija. La policía aún no se hacía cargo de investigar lo que, a su criterio, era un capricho más de una nena de papá que busca llamar la atención.

Roberto conocía a su hija (aunque no tanto como creyera) y la sabía incapaz de semejante teatro por pura manipulación. Sin embargo presentía que pasaba algo raro. No apostaba por la ingenuidad de Sofía. Tenía que haber sido víctima de un engaño premeditado.

Cerró los ojos y suspiró. Nunca había sentido una impotencia mayor. Él, el hombre que se llevaba el mundo por delante en pos de sus ideales, temblando como una hoja ante la idea de que algo malo pudiese sucederle a su pequeña. Y creía que la vida lo había preparado para cualquier situación. Sintió que todos sus esquemas se hacían pedazos.

Rompió en sollozos ahogados, sin consuelo. Sin fuerzas.


En ese mismo momento Sofía, sentada en la cama con la luz encendida, comenzaba a desesperar.

Sentía un hambre descomunal. No hubiese sospechado jamás que su estómago fuese capaz de semejante alboroto. Pero eso no era lo más grave. Tenía unas inaguantables ganas de hacer pis.

Había intentado abrir la puerta y no hubo caso. La golpeó con fuerza y llamó a Luca un par de veces, tratando de no sonar desesperada. La única respuesta fue el zumbido impersonal de la radio que no llegaba a descifrar.

Cerró los ojos rogando que la puerta se abriera de un momento a otro. Sentía que explotaría. Era inevitable.

Debía pensar en otra cosa, eso ayudaría. Caminó de una punta a la otra de la habitación escudriñando hasta el más mínimo detalle que pudiese distraerla. Sintió las irregularidades del suelo bajo sus pies. La lámpara estaba demasiado baja y el techo era muy alto, lo que le daba la sensación de estar presa en una estrecha franja de luz.

Presa.

Debía erradicar esa palabra de su mente. No estaba presa. En cualquier momento Luca aparecería, apenado por haberla dejado tanto tiempo sola, y podrían comer juntos. Y podría ir al baño.

Carajo, pensar en otra cosa no es pensar en ir al baño.

Cerró las piernas con fuerza. Iba a hacerse encima. Entonces encontró un balde a los pies de la cama.

Apretó los dientes. No podía hacer pis en un balde. No soportaría el olor, no tenía dónde tirarlo. No podía hacer en el balde ¿Y si él entraba justo? Se moriría de vergüenza. ¡No podía hacer en el balde!

-Ay… -No aguantaba ya un minuto más.

Se sacó la bombacha y, de cuclillas sobre el balde, orinó largamente bajo la mirada tuerta del oso de peluche.

-¿Qué mirás? –le espetó, con una bronca que intentaba disfrazar lo humillada que se sentía.- Oso de mierda…


Sebastián bajó del colectivo a toda prisa. Lu lo seguía de cerca. Según las indicaciones del colectivero, estaba a cinco cuadras del domicilio que la chica de Administración le anotara en el papel. No podía esperar más, quería conocer el rostro del degenerado que sustrajera a Sofía para poder desfigurárselo e impedirle nuevas conquistas a futuro. El viaje había sido muy silencioso. Lu respetó su mutismo. Sólo dejó escapar un ¿adónde es que vamos? al que Sebastián respondió mostrándole el papel. Eso fue todo.

Ya estaban frente a la vivienda. No había ningún vehículo en el garage. Las persianas se encontraban cerradas, no se oía ningún sonido desde el interior.

Lu estaba a un costado, como esperando instrucciones. Sebastián intentó ver por cada ventana sin éxito. Finalmente, con el ceño fruncido y tomando aire, tocó el timbre.

No hubo ni un leve movimiento en la casa, ningún ruido que evidenciara que sus habitantes se hallaban presentes. Lu se encogió de hombros.

-¿No hay nadie? –dijo. No como una obviedad, sino queriendo saber si era eso lo que buscaban.

-Parece que no –respondió Sebastián ensimismado en sus conjeturas.- Pero no puedo irme sin entrar.

La miró con solemnidad, instándola a elegir si se quedaba o si prefería irse. Ella asintió.

-Voy a ver si hay alguna puerta trasera –señaló y se perdió por el costado de la edificación. Sebastián miró a su alrededor. Las casas vecinas también tenían las persianas bajas. No pensaba interrogarlos, pero ver una cara agradable a quien consultar le hubiese gustado en ese momento.

Lu volvió sin mayores descubrimientos. Sebastián comenzaba a perder el ímpetu que lo hiciera llegar hasta allí. No podían irrumpir en la vivienda. Algún vecino que viera movimientos sospechosos podría malinterpretar la situación y llamar a la policía, que no era lo ideal si la casa se hallaba vacía como aparentaba.

-¿Buscaste si hay alguna llave… escondida? –se le ocurrió a Lu.- Muchas películas nunca son demasiadas.

Sebastián sonrió. Bajó la vista buscando un felpudo y se sintió estúpido. Se agachó y revisó entre las piedras, las macetas una por una. Entre las hojas de una de las plantas encontró una llave. No podía ser tan fácil. Lu reía en silencio. La escena era ridícula.

Probó la llave en la cerradura y abrió sin problemas. Entraron rápido para no ser vistos. Con sigilo fueron recorriendo todas las habitaciones. Desiertas.

La cama estaba hecha. No había ropa fuera de lugar. Nada que indicara que Sofía hubiese pasado por allí.

Sebastián atravesó la última puerta, que resultó ser el baño. Todo limpio. Todo en orden. Excepto el espejo. Cuando fijó la vista en él, Sebastián vio su rostro partirse en dos mitades desfasadas. Tuvo un mal presentimiento y salió de allí.

No tenía nada. Ninguna pista lo llevaba por el camino que siguiera Sofía. Sintió ganas de llorar. Entonces se percató de las tazas en la mesa.

Dos tazas. Una vacía, la otra llena. Se acercó a ellas y olió el frío té de vainilla que había sido abandonado sin beber.

La imagen de Sofía acudió a su mente de inmediato. Sus piernas fallaron. Lu lo ayudó a sentarse y sostuvo su cabeza mientras el llanto brotaba sin que pudiera hacer nada por contenerlo.

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