¿Qué es Sed?

Allá por julio del 2007 (sí, quién diría que pasó tanto tiempo, no?), andaba enojada con mi inspiración ausente y decidí sentarme y obligarme a escribir algo. Vino una imagen a mi cabeza. Oscura, extraña. Jugué a describirla. Así surgió el primer capítulo de Sed (que en ese momento para mí era "estacosaquestoyescribiendo").

No soy una persona de esas que finalizan los proyectos que comienzan, pero a medida que surgieron capítulos y la gente se fue enganchando... adquirió este título (provisorio u_u jajaja) y ya no hubo marcha atrás.

Es gracias a ustedes -a su avidez de beber más y más de la trama- que Sed acaba de arribar a su capítulo 50, el último de la historia. Bueno, y a unos cuantos picotones de Pablo (mi novio) n_n

Ahora comienza la etapa de corrección, espero que no se haga demasiado larga... y a ver qué pasa con la editorial, porque tengo pensado publicarlo :D


Quiero agradecerles enormemente el aguante. La paciencia, los comentarios, las críticas, o que sólo hayan leído sin decir nada. Las palabras están para ser leídas, ese es su mayor destino.

Un abrazo gigantesco que los abarque a todos ^^


Sed es una historia que gira en torno a la soledad y la necesidad e idealización del otro. Es una novela salpicada de sangre, algo de sensualidad y mucho misterio.

Los acontecimientos que transcurren en ella, van entrelazando las vidas de los personajes. A veces para bien, a veces para mal... otras para peor.

Los invito a leerla y criticarla con confianza. De eso se alimenta mi escritura.


El contenido de esta historia puede resultar ofensivo para algunas personas, si usted es de esas que se ofenden.... por favor diríjase a otra parte.
Muchas gracias y disculpe las molestias ocasionadas.


Atte, La autora.

6/9/09

.: XXXVII :. (Angustia)


Imagen: Angustia


Ante la mirada atónita de Sebastián, Lu rompió a llorar.
Sintió su corazón sobrecogerse por el miedo que su propia compasión le provocaba.
Los sollozos se convirtieron en gemidos. Las lágrimas empapaban el rostro que volvía a ser la mujer de la que comenzara a enamorarse. Lloraba como una niña a quien se le hubiese muerto un pariente cercano. Sin embargo, Sebastián sospechó que era una parte de ella misma la que acababa de morir.
-Lu, hablame, no te ahogues –se oyó decir, con más ternura de la que hubiese deseado (y de la que hubiese debido, de acuerdo con las circunstancias).
Ella lo miró unos instantes como si no comprendiera qué hacía él allí. Sin dejar de mirarlo, se deslizó hasta el suelo, se abrazó las piernas y luego hundió el rostro entre los brazos. Continuó sollozando con menor intensidad.
La mente de Sebastián se llenó de interrogantes. ¿Era posible que Luca se esfumara? ¿Se hallaba dividida en dos personalidades que se excluían mutuamente? ¿Existía la remota posibilidad de salvarse apelando a la piedad que pudiese despertar en Lu?
La voz surgió estrangulada por una angustia inmensa. Parecía intentar comprender sus propias palabras a medida que las pronunciaba.
-Yo era un nene, ¿sabés? Era un nene porque Papá y Mamá quisieron que fuera un nene. –Se oyó un sonido que Sebastián no supo reconocer.- Dentro de mi cabeza era un nene…
Hubo un silencio plagado de sollozos y otros sonidos ininteligibles que podrían ser risitas ahogadas. Sebastián, expectante, no le quitaba los ojos de encima. Estaba divagando y en cualquier momento podía ponerse violenta.
Como si le hubiese leído el pensamiento, Lu estalló en carcajadas y comenzó a gritar, sin dejar de cubrirse la cara; todo su cuerpo tensionado refrenando la violencia de su declamación:
-¡Estúpidos! ¡Estúpidos fanáticos de mierda! ¿Cuánto tiempo creyeron que iban a poder sostener la farsa? ¡Me deben haber empastillado desde que nací para que no pareciera femenina! ¡Para evitar que me crecieran unas tetas como las de Mamá!
Lanzó un alarido tan inhumano y desgarrador a la vez que Sebastián sintió un nudo atenazar su garganta. La vio ponerse en pie casi de un salto. Esos ojos que lo observaban ya no eran los de Lu. Pero tampoco era Luca. Era ese ser que los contenía a ambos, el que sufría horriblemente por los dos y por no poder ser sólo uno. Las venas de su cuello sobresalían demasiado, tenía los ojos tan abiertos que parecían a punto de saltársele. Las lágrimas continuaban surcando su rostro.
-Y yo lo supe de la peor manera posible –le confesó, ladeando un poco la cabeza como si estuviera escuchando sonidos provenientes de aquel pasado cruel.- Cuando alguien se rió de mí.
Sebastián no podía más que mirar y escuchar sin comprender del todo a la figura que ahora lo observaba petrificada. Los signos de violencia contenida no se disipaban y comenzó a temer por su integridad física. Recién ahora presentía cuánto podía llegar a sufrir antes de que la muerte se lo llevara por fin.
-Entonces el viento comenzó a soplar –dijo aquella estatua cerrando los ojos.- Soplaba sólo acá adentro… Afuera, nada ni nadie se alteraba por eso.
Dio media vuelta, dirigiéndose hacia el armario. Lo abrió, buscó algo con calma y en silencio. Cuando regresó junto a Sebastián, llevaba en la mano una navaja. Sin pronunciar ni una palabra, realizó un corte veloz en el brazo del joven maniatado.
Sebastián no tuvo tiempo de gritar. Estaba demasiado asombrado. Habría esperado un corte en el cuello, pero no en el brazo. Abrió desmesuradamente los ojos cuando aquel ser se abalanzó sobre la sangre que chorreaba sobre su piel, lamiendo cada gota con una desesperación digna de un vampiro abstemio por siglos. Vio cómo se relamía, cerrando los ojos como si invadiera su cuerpo el mayor de los placeres, relajando los músculos antes tensionados. Sintió asco y también pena. Muy a pesar suyo, no pudo evitar que lo embargara toda la compasión que esperaba despertar en aquella criatura demente.
-Es la única manera de acallar el viento –susurró Lu, abriendo los ojos y redescubriéndolo. Se acercó a él y lo besó en los labios.- Ojalá te hubiese conocido en otras circunstancias…
-En otra vida, querrás decir –respondió Sebastián mirándola a los ojos.
Ella sonrió con tristeza y abandonó la habitación, dejándolo más dolorido y confundido que antes, con el sabor de su propia sangre en la boca y una amargura inmensa en el corazón.

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