¿Qué es Sed?

Allá por julio del 2007 (sí, quién diría que pasó tanto tiempo, no?), andaba enojada con mi inspiración ausente y decidí sentarme y obligarme a escribir algo. Vino una imagen a mi cabeza. Oscura, extraña. Jugué a describirla. Así surgió el primer capítulo de Sed (que en ese momento para mí era "estacosaquestoyescribiendo").

No soy una persona de esas que finalizan los proyectos que comienzan, pero a medida que surgieron capítulos y la gente se fue enganchando... adquirió este título (provisorio u_u jajaja) y ya no hubo marcha atrás.

Es gracias a ustedes -a su avidez de beber más y más de la trama- que Sed acaba de arribar a su capítulo 50, el último de la historia. Bueno, y a unos cuantos picotones de Pablo (mi novio) n_n

Ahora comienza la etapa de corrección, espero que no se haga demasiado larga... y a ver qué pasa con la editorial, porque tengo pensado publicarlo :D


Quiero agradecerles enormemente el aguante. La paciencia, los comentarios, las críticas, o que sólo hayan leído sin decir nada. Las palabras están para ser leídas, ese es su mayor destino.

Un abrazo gigantesco que los abarque a todos ^^


Sed es una historia que gira en torno a la soledad y la necesidad e idealización del otro. Es una novela salpicada de sangre, algo de sensualidad y mucho misterio.

Los acontecimientos que transcurren en ella, van entrelazando las vidas de los personajes. A veces para bien, a veces para mal... otras para peor.

Los invito a leerla y criticarla con confianza. De eso se alimenta mi escritura.


El contenido de esta historia puede resultar ofensivo para algunas personas, si usted es de esas que se ofenden.... por favor diríjase a otra parte.
Muchas gracias y disculpe las molestias ocasionadas.


Atte, La autora.

25/11/09

.: XXXIX :. (Intimidad)


El sol del domingo asoma sobre los tejados sin sospechar lo que sucede en aquellos rincones escondidos, ajenos a su reptar despreocupado.

Se despereza sobre las copas de los árboles y comienza a acariciar las plantas que riega Doña Ernestina. La señora no puede sacar los ojos de la casa vecina, esa casa que ha estado en medio de tan extrañas incursiones últimamente. Ella siempre pensó que sus vecinos eran gente rara, pero vaya una a saber en qué oscuros asuntos andaban metidos.

Siente frío en los pies. El agua formó un charco y sus alpargatas ya no ofrecen mayor resistencia. Doña Ernestina sacude la cabeza y orienta sus pensamientos hacia otro lado.


La tibia caricia pasa desapercibida sobre el rostro de Norma Fuentes de Salcedo. Hace días ya que ciertos estímulos se esfumaron de su entorno cotidiano. La mano de su marido en el hombro ya no le provoca ningún consuelo. Un viejo vicio encontró el hueco por donde renacer y Norma fuma sin parar, esperando que llegue el lunes junto con las noticias del investigador. Ya ha empapelado el barrio con la cara de su hija, ha enloquecido a cuanto policía se le cruzó por el camino, se ha peleado con su marido diciéndole cosas que nunca creyó que saldrían de su boca. Ahora lo único que hace es fumar al sol.

En el otro extremo de la casa, donde la luz del día aún no llega, Roberto Salcedo se seca las lágrimas una vez más. Ha agotado todos los recursos que tenía, tocado todos los contactos disponibles (y los no disponibles también… se trata de su hija, carajo), discutido con su esposa hasta el hartazgo. Y nada. Sólo le queda esperar, aferrarse a la esperanza que pueda traerle López al día siguiente. Pero no alcanza, mierda, no es suficiente. No podrá descansar hasta tener a su nena de vuelta entre sus brazos; viva, entera, rebelde y desafiante.

Roberto se tapa la cara con ambas manos y el llanto vuelve a convulsionarlo.


Los rayos inundan el vaso con agua que Diego tiene en su mesa de luz. El reflejo es demasiado intenso y termina por despertarlo. Por suerte. Porque una horrible pesadilla estaba ahogándolo entre las sábanas. En su sueño, Sebastián se hundía en arenas movedizas y él era incapaz de salvarlo.


El juego de sombras en la pared le da a Sergio la pauta de que hace rato que ha amanecido. Su mente no lo dejó descansar un minuto. Hay algo que le molesta mucho en todo el asunto de la desaparición de su amigo, algo que se le escapa a la vuelta de cada cavilación. Le gustaría volver a conversar con el tal López. Quizá entre los dos puedan descifrar de qué se trata. Entre sus dedos hace girar la tarjeta del investigador privado. Se pregunta cuál será un horario prudente para llamarlo un domingo.


La viuda de Bernstein gira en su inmensa cama. El sol desalmado ilumina la otra mitad vacía. Vacía de repente. Vacía sin explicación y sin sentido La viuda abraza sus piernas y vuelve a cerrar los ojos para no convertirse ella también en una ausencia.


Donde Sofía se sienta en su cama no llega el sol. No hay ni una rendija que lo deje pasar, pero su cuerpo le dice que ya es de día. No la despertó el hambre, ni la vejiga llena, sino un punzante dolor en el muslo; y, estudiándoselo, descubre una marca rojiza. Revuelve las sábanas buscando el origen de la lastimadura. Su mente intenta acallar la sospecha de que Luca haya podido entrar en mitad de la noche sin despertarla. No encuentra nada más que al oso de peluche que, enroscado en la cama, parece haber tenido pesadillas.

Pero Sofía no se contenta sin una explicación. Ahora que pasó el estado de ensueño en que la sumiera su estúpido enamoramiento, su mente funciona de manera diferente. Inspecciona al oso con minuciosidad. Lo encuentra blando, sin protuberancias anormales. Lo aprieta, de pies a manos y luego, cabeza. Allí hay algo. Como si fuera la columna vertebral del muñeco, un objeto duro lo atraviesa desde la cabeza hasta el vientre. Sofía lo sienta el suelo y lo aplasta con todas sus fuerzas hasta que algo asoma por su ojo ausente.


La Profesora Gutiérrez observa los fantasmas de humo que huyen de sus labios y se precipitan hacia los rayos solares que van colándose por la ventana. Aplasta la colilla en el cenicero y comienza a beber su café, mientras ideas sobre el destino y las acciones humanas se ordenan en su cabeza. Nada más lejos de la Matemática.

Por un instante el rostro de Sofía se interpone entre sus pensamientos y la taza que viaja de la mesa a su boca. Imagina a la madre llorando desconsolada por las metidas de pata de la hija.

-Por suerte, no tendré hijos –intenta convencerse, la mano apoyada en su bajo vientre vacío, y su mirada se pierde más allá del café, la ventana, el mundo.


A salvo del sol intensificador de resacas, Florencia y Ariadna duermen tras la persiana baja. El tercer colchón, vacío en el suelo, fue inundado de lágrimas alcoholizadas en el transcurso de una larga noche, plagada de ruegos, culpas y juramentos.


Dos metros bajo tierra, alejada para siempre de cualquier tipo de luz, Tanya Robles y su mudez horrorizada se descomponen lenta pero inexorablemente.


No le importa si hay sol o llueve, si es de día o de noche. No le presta atención al clamor de su estómago exigiendo alimento. Poco le interesan sus condiciones higiénicas o que sus extremidades comiencen a verse de color morado. No le preocupa demasiado su propia vida, que un psicópata asexuado haya prometido matarlo en un futuro no muy lejano. No. Nada de eso ocupa la mente de Sebastián en este momento.

Sus dientes se aprietan porque la presión que siente en su mente excede su resistencia. Todo su cuerpo está concentrado en hallar la manera de sacar a Sofía de ese lugar. A toda velocidad, Sebastián planea, descarta, supone, asume, mide y proyecta. Desearía que todo fuese tan simple como una ecuación matemática, pero las incógnitas en este caso pueden llegar a ser muy peligrosas.


Al llegar el sol a su punto más alto, el Oficial Ayala de la Policía Federal se encuentra sentado ante la mesa vacía, sin apetito. No puede sacarse de la cabeza el caso del suicidio del profesor ese en la Universidad. Está casi seguro de que fue un asesinato, pero necesita probarlo. Y claro: cero sospechosos. Con encarrilar la investigación por el camino correcto, se conformaría, al menos por ahora. Enciende un cigarrillo, saca una libreta y comienza a hacer anotaciones.


La mesa de López es un desastre monumental. Entre platos con restos de comida y servilletas de papel arrugadas se desparraman hojas con cuadros, anotaciones y diagramas con flechas hacia todas partes. Hace un rato nomás, cerró las cortinas, dejando fuera a esa bola de fuego hirviente que le impide respirar con normalidad.

El gesto de concentración de López es digno de ser estudiado. Los ojos fijos; el ceño levemente fruncido y la lengua recorriendo los dientes superiores de un lado al otro de la boca, como acariciándolos. Las manos por momentos rascan la barba de dos días que ensombrece su rostro; cuando no, escriben febriles en diferentes hojas: nombres, fechas, lugares, relaciones. El cerebro del investigador es en este momento una máquina de crear relaciones y supuestos. Trabaja sin descanso porque tiene la certeza de que no queda mucho tiempo.


El muro cubierto de enredaderas siempre ha sido una obsesión para Luca; que ahora observa el juego de sombras contrastar con las hojas resplandecientes. Su estómago le pide a gritos algo de comer pero su mente trabaja a un ritmo diferente de su cuerpo. Como si estuvieran en distintas dimensiones.

Sabe que no puede posponer más las cosas, pero en este momento no le importa. Se está tan bien allí afuera, ante la presencia de su muro, sabiendo que todos los ingredientes necesarios para llevar a cabo su ritual están guardados bajo llave. Cierra los ojos y deja escapar una risa de regocijo. Hacía mucho tiempo que no se sentía así de bien.

Lu abre los ojos, suspira. Se acerca al muro y susurra palabras. Acaricia las hojas con sumo cuidado. Siente su corazón latir con calma. Pero sabe que no durará, que es de esas calmas que preceden a las tormentas más arrasadoras. El miedo amenaza con colarse por entre sus huesos y arruinar ese precioso instante. Sus ojos se posan en una mariposa que aletea con lentitud alimentándose de los rayos del sol. Lu sonríe con temor y cierra los ojos. Ya no puede contener el miedo.

Abre los ojos, clava la vista en las alas azules que se despliegan y repliegan a escasos centímetros de su rostro impasible. Estira un brazo autómata, abre dos dedos y atrapa entre ellos una de las alas. La otra se sacude indefensa golpeándose contra el resto de los dedos. El rostro no modifica su expresión. Acerca la desesperada criatura hasta sus ojos, estudiando con indiferencia el polvo que se desprende, allí donde el ala comienza a hacerse transparente. Casi parece comprender que está privándola para siempre de su vuelo fugaz.

Con movimientos veloces, abre la boca, introduce la mariposa en ella, la cierra y mastica. Lame de sus dedos el polvo adherido y luego traga. Parpadea apenas un par de veces, se da media vuelta y observa la casa como recordando algo que debe hacer. Hacia allí se encamina con determinación.


A partir de ese momento, el sol comienza a descender.

2 comentarios:

Sabalero dijo...

Che ya paso mas de un mes y nada, ¡El pueblo quiere saber!

Natalia Caceres dijo...

Estamos trabajando para usted :P En breve habrá noticias ^^ Gracias por leer.