¿Qué es Sed?

Allá por julio del 2007 (sí, quién diría que pasó tanto tiempo, no?), andaba enojada con mi inspiración ausente y decidí sentarme y obligarme a escribir algo. Vino una imagen a mi cabeza. Oscura, extraña. Jugué a describirla. Así surgió el primer capítulo de Sed (que en ese momento para mí era "estacosaquestoyescribiendo").

No soy una persona de esas que finalizan los proyectos que comienzan, pero a medida que surgieron capítulos y la gente se fue enganchando... adquirió este título (provisorio u_u jajaja) y ya no hubo marcha atrás.

Es gracias a ustedes -a su avidez de beber más y más de la trama- que Sed acaba de arribar a su capítulo 50, el último de la historia. Bueno, y a unos cuantos picotones de Pablo (mi novio) n_n

Ahora comienza la etapa de corrección, espero que no se haga demasiado larga... y a ver qué pasa con la editorial, porque tengo pensado publicarlo :D


Quiero agradecerles enormemente el aguante. La paciencia, los comentarios, las críticas, o que sólo hayan leído sin decir nada. Las palabras están para ser leídas, ese es su mayor destino.

Un abrazo gigantesco que los abarque a todos ^^


Sed es una historia que gira en torno a la soledad y la necesidad e idealización del otro. Es una novela salpicada de sangre, algo de sensualidad y mucho misterio.

Los acontecimientos que transcurren en ella, van entrelazando las vidas de los personajes. A veces para bien, a veces para mal... otras para peor.

Los invito a leerla y criticarla con confianza. De eso se alimenta mi escritura.


El contenido de esta historia puede resultar ofensivo para algunas personas, si usted es de esas que se ofenden.... por favor diríjase a otra parte.
Muchas gracias y disculpe las molestias ocasionadas.


Atte, La autora.

6/2/10

.: XLI :. (Recopilación)


Claudia Vásquez, viuda de Adolfo Bernstein, recibió a las ocho de la mañana del lunes a un investigador un poco excedido de peso que no dejaba de fumar un instante. Lo recibió porque sonaba coherente por teléfono. Ahora no estaba muy convencida.

-Buenos días, señora, mi nombre es Gerardo López, hablé con usted ayer a la tarde por teléfono. Quisiera hacerle unas preguntas acerca de su marido, si no es molestia.

Claudia lamentó haber prejuzgado al hombre por su aspecto. Al menos era un tipo correcto. Lo hizo pasar, le ofreció un café y un cenicero.

Tras escuchar los nostálgicos recuerdos sobre su marido con mucho respeto, López indagó acerca de los últimos días de vida del profesor. Si había notado ella algo anormal en su conducta, si había aparecido una persona nueva en su entorno, alguna anormalidad en general.

La mujer miró al investigador unos segundos en silencio y luego dijo:

-Mi marido no se suicidó. No era del tipo de persona que escapa de sus problemas.

-Yo le creo, señora –la sorprendió respondiendo aquel hombre,- pero necesito saber qué fue lo que sucedió. Es posible que la vida de otras personas dependa de ello.

Claudia pasó a relatarle entonces que lo había notado preocupado las últimas semanas. Su marido no quiso especificarle qué era lo que ocupaba su mente con la justificación de que no era importante, que eran “asuntos de alumnos” nada más. A ella no le pareció que fuese algo poco importante, puesto que lo distraía de su vida familiar, y él nunca había permitido que eso pasara antes.

-¿No le dio a entender, aunque fuese sin querer, cuál era ese pensamiento que tanto lo abstraía? –preguntó López mientras hacía anotaciones.

Claudia lo observó pensativa y; con un poco de recelo, como midiendo las palabras que utilizaba; le relató la siguiente situación:

-Una noche estábamos mirando televisión. Yo me estaba quedando dormida. Era una película de vampiros o algo así. A mí no me gustan mucho esas películas. De repente Adolfo me pregunta: “Clau, ¿alguna vez pensaste en tomar sangre?”. Ahí me desperté de golpe, porque no es una pregunta que tu marido te haga todas las noches. Le dije: “¿qué es esa pregunta que me hacés? Claro que no, ¿vos sí lo pensaste?” Me miró como si no entendiera lo que le decía y empezó a reírse. “No, no, yo no, ¿cómo se te ocurre? Estabas quedándote dormida, perdón, no quise despertarte” Se imaginará que no pude volver a dormir enseguida y tuve que preguntarle “¿Quién lo pensó?” Quiso desentenderse y al final me dijo “nada, mujer, una pregunta tonta que me hizo una alumna y ahora me la recordó la película, no te preocupes, dormí”. Me besó la frente y no volvió a hablar del asunto. Nunca más.

López se quedó mirándola con la lapicera en la mano.

-Ahora me va a decir que mi marido estaba loco o algo así, ¿no? –se atajó la pobre mujer.

-Para nada, señora. Yo me hubiese preocupado, igual que usted. No creo que fuesen preguntas que se le ocurrieran todos los días a su esposo. –El investigador terminó de anotar en su libreta mientras su mente comenzaba a recorrer otros rumbos.- Le agradezco mucho su tiempo y su predisposición. Le aseguro que haremos lo posible para que la muerte de su esposo no quede archivada como algo que no fue.


A las diez de la mañana Ciudad Universitaria hervía de estudiantes de todos los tamaños y colores. López tuvo que subir varias escaleras, preguntar en una oficina, esperar que lo atendiera la persona correcta tan sólo para indicarle que tenía que dirigirse a otro pabellón. Bajar escaleras, volver a subir otras, hablar con la persona incorrecta; descubrir que existían ascensores, que sólo uno estaba funcionando y subir un piso más, entre alumnos bastante ruidosos, para hablar finalmente con la persona que podía ayudarlo. O eso esperaba.

-Por cuarta vez: mi nombre es Gerardo López, soy investigador privado y espero que usted sea la persona con la que tengo que hablar porque si tengo que subir más escaleras voy a prender fuego las cortinas de su aula, se lo juro. No, no me mencione los ascensores. Vine a hablar del Profesor Adolfo Bernstein, tengo entendido que era su colega.

Una mujer mayor lo escuchaba con los ojos muy abiertos. Acababa de salir de dar clase cuando se topó con ese hombre acalorado y sudoroso que le dio el discurso más extraño que podían salir de esos labios.

-Soy la Profesora Jáuregui, mucho gusto. –Le tendió la mano, que el investigador estrechó con una sonrisa de satisfacción. Era la persona indicada.- Podemos hablar afuera, si me acompaña.

Salieron a una terraza desde donde podía verse el río. El viento fue muy bien recibido por López quien, para festejar, encendió un cigarrillo.

-No debería fumar. O no debería subir tantas escaleras, no es una buena combinación –comentó la profesora mientras bebía agua mineral de una botella extraída de su bolso.

-Sigo vivo. Es más de lo que muchos pueden decir –respondió él, exhalando el humo.- Disculpe el humor negro. El calor me pone así. Era usted cercana a Bernstein, me han dicho.

-Sí. Nos conocíamos hace más de cinco años. Si viene a constatar esa estúpida idea del suicidio, no me haga perder mi tiempo. –La expresión de la mujer era severa.

-No sabe cuánto me alegra saber eso. Al contrario, señora, vengo a verla con la convicción de que Bernstein fue asesinado. Lo que necesito probar es quién, cómo y por qué.

-Lamento no poder ayudarlo con esas cuestiones. Sólo puedo decirle que andaba como loco porque una alumna había estado haciéndole preguntas inapropiadas y él estaba seguro de que los motivos no eran los que ella había pretextado.

-¿Preguntas acerca de beber sangre? –disparó López ante el asombro de la mujer.- Estuve hablando con la viuda. Él hizo un comentario vago. No pasó desapercibido, como verá.

-Veo. La pregunta era algo así como: cuáles podían ser las reacciones en el organismo a la ingesta de sangre. Creo que también otras cosas referidas al mismo tema, pero más específicas. Se suponía que era para escribir una novela. Adolfo no se lo creyó. ¿Usted cree que puede haber sido esa alumna la que lo mató? ¿No es una teoría un poco tirada de los pelos? Quiero decir, una alumna Adolfo era un tipo corpulento.

-Nunca subestime a sus alumnas, profesora Jáuregui. ¿Existe la posibilidad de acceder a una lista de los estudiantes de Bernstein?

Ella miró el río unos instantes antes de responder sin mirarlo siquiera.

-Espéreme en una hora en la cafetería del CBC, ¿sabe dónde es?

-Creo haberla visto de pasada en mi camino hasta acá. La espero. –Dio media vuelta y se encaminó al ascensor.

A las once y media, cuando López terminó su café, la profesora dejó un sobre en la mesa llena de azúcar. Lo saludó con un gesto antes que pronunciara palabra alguna. Nada de gracias, nada de café. Lo único que debía hacer era su trabajo.

Existían en la lista seis alumnas cuyo nombre comenzaba con “Lu”. Dos Lucianas, una Lucila, una Lucía, una Ludmila y una Luz. López casi descartaba a la última, pero nunca faltaba quienes querían abreviar aunque sea una sola letra. Lista en mano, se dirigió al último lugar de los que había planificado para ese lunes, la comisaría que había investigado el presunto suicidio.


Llegó a las doce y casi todos los policías estaban demasiado ocupados almorzando. Intentó hablar con algunos, pero sólo logró que lo derivaran o lo hicieran esperar. Hasta que tuvo la suerte de cruzarse con un conocido.

-López, ¿qué hacés escarbando la basura, me querés decir? –fue el amistoso saludo de Giménez.

-No me jodas, ¿querés? Es un asunto importante; si no te parece, mala suerte. Decime con quién puedo hablar, nada más. En lo posible que no sea uno que tenga la boca llena.

-¡Ayala! –llamó Giménez sin más preámbulos.- Acá tenés. Se van a entretener un rato. Parece que ese Bernstein es el tema preferido de los dos.

El Oficial Ayala parecía un buen tipo. Estrechó la mano de López estudiándolo con atención y lo hizo pasar a una oficina. Quiso ofrecerle un café pero el investigador lo rechazó ante el peligro de una úlcera por sobredosis. Sí le aceptó una porción de pizza y lo puso al tanto de la información que tenía en su poder.

-Después de todo este asunto del profesor necesito información acerca de personas que quizá estén relacionadas con este caso, ¿será posible? ¿O ya me levanto y me voy? –preguntó el investigador con amabilidad pese al contenido de su consulta.

-No hay problema, López. Está usted ante una persona que lo único que pretende en esta profesión es justicia, así que ni siquiera voy a cobrarle. –Ayala rió. Su voz era clara y sincera.

Tras un intercambio de papeles, datos; porciones de pizza, servilletas; risas y expresiones de asombro, López fue a uno de los puntos más polémicos de la investigación:

-Usted estuvo en la escena del crimen, ¿cierto? ¿Qué tan claro era el panorama para que dictaminaran de entrada, sin dudarlo, que se trataba de un suicidio?

Ayala se limpió el aceite de la barbilla con una servilleta, lo arrojó al tacho de basura e; inclinándose hacia delante, lo miró a los ojos y se limitó a decir:

-¿Sabe qué pasa? En todos lados siempre se busca la solución más sencilla, incluso para los problemas más complejos. Aunque no siempre sea la correcta.

-Entiendo. –López meneó la cabeza. Trabajaba y vivía en contra de esa argumentación pero no era tan necio como para negar que existía.- La ley del menor esfuerzo. Sin sospechosos no hay trabajo.

-Exacto. La hipótesis de un suicido era insostenible. Si bien no había huellas reconocibles (dactilares o semejantes), existían rastros del paso de otra persona además del occiso en el momento de la defunción.

-¿No pueden haber sido posteriores? ¿Que la persona que lo encontró haya pisado donde no debía? –aventuró López.

-No. Si se hace un examen detallado de las marcas que se hallan en el suelo es posible determinar si fueron hechas cuando la sangre aún estaba fresca o si se produjeron con posterioridad.

El investigador hacía anotaciones a toda velocidad. Como Ayala se quedaba callado, le hizo una seña de que prosiguiera, que no se preocupara por sus notas incomprensibles.

-La muerte fue causada por desangramiento. Dos heridas provocadas por un objeto punzante, en este caso una navaja, en ambos brazos. Teniendo en cuenta la profundidad de los cortes es imposible que Bernstein haya tenido la fuerza suficiente en el primer brazo herido como para infligirse el segundo corte, al menos no con la misma profundidad.

Había además leves signos de lucha, que pueden haber sido disimulados pero no cubiertos. Si a esto le sumamos la expresión horrorizada en el rostro del difunto, creo que unos cuantos policías deberían llevarse Suicidio I y II a marzo.

Ayala se sobresaltó por la carcajada espontánea que López dejó escapar ante sus palabras. Era algo raro y desconcertante oír al investigador reírse de esa manera.

-Me cae bien usted, ¿sabe? –continuó riendo con la cara colorada y sin dejar de hacer anotaciones.- La navaja ¿era del profesor?

-Eso nadie lo sabe. La esposa no podría asegurarlo. Igual es un dato menor, no tenía huellas. No, ni siquiera de Bernstein, si es lo que su mirada pregunta. Y una navaja común es un arma que puede adquirirse en cualquier parte. Fin del informe. Ahora sus datos me interesan. Al menos la sangre relaciona hechos e interrogantes, si me permite la lista conseguimos las direcciones de esas seis alumnas sospechosas.

López le extendió el listado en que había subrayado las seis Lu. Ayala estuvo un rato largo ingresando nombres, números de documento; copiando direcciones, teléfonos y antecedentes en una lista nueva. Cuando hubo finalizado se la pasó al investigador diciéndole que habría que llamar y concertar entrevistas con cada una de ellas.

El acalorado investigador miraba sus notas y la lista al mismo tiempo con tal intensidad que su interlocutor creyó que había enloquecido.

-¿Le pasa algo, Gerardo? –se acercó el oficial al ver que el interrogado no salía de su mutismo. Observó las hojas que tenía entre las manos y comprendió. La dirección del secuestrador de Sofía Salcedo coincidía con la de una de las mujeres de la lista.


-¿Hermanos mellizos? ¿Y los dos así de perturbados? –exclamó Roberto Salcedo en el living de su casa. A su lado su esposa no dejaba de fumar.- Creí que esas cosas pasaban en las películas nada más.

-Es lo que dicen los datos, Salcedo; no los conozco y ni siquiera tienen el mismo apellido. No podría asegurarlo –respondió López terminando su té de tilo.- La piba no tiene antecedentes. Es más, fuera del domicilio de los padres y esa inscripción en la universidad, no existe en ninguna parte.

-¿Qué es lo que está queriendo decir? –Norma lo observaba con los ojos enrojecidos.

-Yo no quiero decir nada, estoy exponiendo la información. Nada más que eso. Cuantos más datos tenga, más preparado estaré para llegar a una conclusión concreta. Mientras tanto…

-Mientras tanto nuestra hija, y ahora también Sebastián, están en manos de vaya a saber qué clase de psicópata. ¿Qué tiene que ver Tanya Robles en todo este asunto? –el té de tilo no suavizó los bríos de aquel padre desesperado.

-Eso no es algo que necesite demasiado instinto policial. Tanya Robles iba al mismo establecimiento que su hija, donde trabajaba el mismo preceptor. Sin embargo, no me hubiese percatado de eso si no fuera porque ayer se me apareció Sergio, amigo de Sebastián Núñez, en mi casa.

Ese chico sí que tiene pelotas. Como yo no respondí el teléfono en todo el domingo (lo desconecto cuando tengo trabajo para poder concentrarme mejor), me fue a golpear la puerta. Como tampoco respondí, comenzó a gritar mi nombre. Tuve que salir. Estuvimos conversando un rato largo, es un chico muy inteligente, yo creo que tiene futuro en esta profesión si quisiera.

Él me hizo notar las similitudes de la desaparición de Sofía con la de Tanya. Claro que ésta última, por algún motivo que Sofía no, apareció al día siguiente. No se preocupen por eso, ¿eh? El chico tenía razón. Sofía tiene que estar viva. Sino el preceptor ya hubiese aparecido de nuevo en su trabajo para evitar sospechas. Si está oculto, está con ella. Y si está con ella es porque está sana además de viva. Si fuera una presa común, no dudaría en dejarla sola para mostrarse en público y limpiar su nombre; raro pero así funciona la mente de estos hijos de puta.

Roberto y Norma tomados de la mano lo escuchaban con atención. Una pequeña luz de esperanza amenazaba con iluminar sus ojos.

-Ahora están también las similitudes con respecto a la sangre. La chica Robles y Bernstein. No es algo que pueda pasarse por alto. –López se levantó de su asiento y se acercó a la ventana.- Si por lo menos tuviese idea del móvil de este tipo. No creo que haya elegido a su hija por azar.

Volvió a la mesa y comenzó a recoger sus papeles. Les dedicó una mirada difícil de clasificar. Tendió una mano a cada uno con gesto solemne.

-Debo continuar con mi trabajo. Si se les llega a ocurrir algo que crean importante, no duden en llamarme; por más estúpido que les parezca. Pero no dejen de pensar. Sofía debe estar haciendo otro tanto, donde quiera que esté. Conozco la salida, no se molesten.

Dejó a la pareja abrazada en medio del living, llorando por lo que había sido y por lo que podía llegar a ser. Pero sobre todo por la impotencia que ambos sentían clavada en mitad del pecho.

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