¿Qué es Sed?

Allá por julio del 2007 (sí, quién diría que pasó tanto tiempo, no?), andaba enojada con mi inspiración ausente y decidí sentarme y obligarme a escribir algo. Vino una imagen a mi cabeza. Oscura, extraña. Jugué a describirla. Así surgió el primer capítulo de Sed (que en ese momento para mí era "estacosaquestoyescribiendo").

No soy una persona de esas que finalizan los proyectos que comienzan, pero a medida que surgieron capítulos y la gente se fue enganchando... adquirió este título (provisorio u_u jajaja) y ya no hubo marcha atrás.

Es gracias a ustedes -a su avidez de beber más y más de la trama- que Sed acaba de arribar a su capítulo 50, el último de la historia. Bueno, y a unos cuantos picotones de Pablo (mi novio) n_n

Ahora comienza la etapa de corrección, espero que no se haga demasiado larga... y a ver qué pasa con la editorial, porque tengo pensado publicarlo :D


Quiero agradecerles enormemente el aguante. La paciencia, los comentarios, las críticas, o que sólo hayan leído sin decir nada. Las palabras están para ser leídas, ese es su mayor destino.

Un abrazo gigantesco que los abarque a todos ^^


Sed es una historia que gira en torno a la soledad y la necesidad e idealización del otro. Es una novela salpicada de sangre, algo de sensualidad y mucho misterio.

Los acontecimientos que transcurren en ella, van entrelazando las vidas de los personajes. A veces para bien, a veces para mal... otras para peor.

Los invito a leerla y criticarla con confianza. De eso se alimenta mi escritura.


El contenido de esta historia puede resultar ofensivo para algunas personas, si usted es de esas que se ofenden.... por favor diríjase a otra parte.
Muchas gracias y disculpe las molestias ocasionadas.


Atte, La autora.

24/2/10

.: XLIII :. (Hechos)

Imagen: blood


Gerardo López luchaba contra el sueño para comprender las palabras que eran pronunciadas al otro lado de la línea telefónica.

-¿Quién habla? –Se había rendido al cansancio tras un día largo y una noche agitada. Había logrado dormir una hora de siesta cuando el teléfono lo obligó a abrir los ojos.

-El Oficial Ayala. Usted vino a verme ayer a mediodía a mi oficina… ¿está despierto, López? –La voz que al principio sonara apremiante tenía ahora cierto matiz risueño.- No entiendo nada de lo que balbucea.

-Sí, sí, Ayala. Déjeme sentarme así me despabilo. Ahora entiendo. Repítame lo que decía porque ni lo escuché ni sé qué le respondí. Los años no vienen solos, el cuerpo no aguanta como antes, ¿sabe? –El rostro del investigador se hallaba surcado por las líneas del almohadón sobre el cual se durmiera. Sus pocos cabellos no se ponían de acuerdo acerca de qué dirección tomar.

-Tengo datos importantes acerca de la investigación, Gerardo. Las tazas analizadas dieron un resultado. Se hallaron restos de somníferos en una de ellas. Las pruebas de ADN llevarán mucho más tiempo.

-Mierda –masculló el investigador.- Maldita burocracia.

-Sí, ya lo sé. Pero tengo algo que es posible que acelere un poco las cosas y haga que más gente se interese en la investigación.

-¡Hable, hombre, que ya estoy del todo despierto y mi mente va más rápido que la suya! –se impacientó López.

-Encontramos una alianza de compromiso entre la mugre de una rejilla del baño –explicó el policía sin más dilaciones.- En su interior tenía grabados los nombres Tanya y Fabián.

Gerardo guardó silencio mientras se rascaba la calva de la que huían el resto de los cabellos. No era un silencio estupefacto, sino de cierta satisfacción culpable. Era muy complicado, dentro de las circunstancias actuales, ponerle a algo el rótulo de buena noticia; pero el hallazgo confirmaba sus sospechas e indicaba que iba por el camino correcto. Mas era imposible alejar de la imaginación los detalles escabrosos con que comenzaba a adornarse la muerte de la chica Robles y, por qué negarlo, el secuestro de Sofía.

-¿López?

-Sí, lo escuché. Por lo menos vamos bien encaminados. Todavía suena ansioso, ¿hay más?

-El domicilio en que coincidían Luca Martínez y Ludmila Weber tiene un trasfondo muy oscuro. –El tono de voz de Ayala se tornó grave.- La casa sigue deshabitada desde hace cuatro años. Invendible.

-¿Tan así? –López encendió un cigarrillo.

-La gente es muy supersticiosa y ese tipo de hechos no se olvidan ni se ocultan con facilidad. Al tiempo que Martínez se escapó… bueno, Martínez es una forma de decir. El nombre real es Lucas Aráoz. Era de esperar que se lo hubiese cambiado. Decía que cuando se escapó de la casa, su madre se suicidó. El padre continuó viviendo solo durante tres años más.

-¿Ningún rastro de la hermana? –quiso saber el investigador. El hecho de que no compartiera el apellido real le daba la pauta de que no era trigo limpio.

-Nada. Según los registros no hay hermana. Un solo hijo varón. Pasados los tres años, alguien entró en la casa y se cargó al viejo. Cuatro balazos en la cabeza mientras cenaba.

-¿Huellas? ¿Testigos? ¿Móvil? ¿Algo, Ayala? Presiento su respuesta.

-Nada otra vez. Los vecinos llamaron a la policía al oír disparos. El arma sin huellas pertenecía al muerto. Solamente algunos rastros de hollín que el asesino no logró limpiar por completo. Las cosas de valor quedaron en la casa. –El oficial anticipó la pregunta obvia.- El hollín aún es un misterio. Aparentemente no hubo nada quemado en la residencia. No podemos evitar relacionar la evidencia que poseemos con estos hechos, por supuesto. Así y todo hay que seguir revolviendo.

-Qué familia. –El investigador dio una profunda calada a su cigarrillo.- Después uno se queja de la propia.

-Las cosas no terminan ahí –el policía retomó el relato.- Ahora viene la parte más siniestra, López.

-Soy todo oídos. –Gerardo se acomodó en el sillón para recibir la información.

-El dueño de casa fue enterrado en el Cementerio Cristiano de La Santísima Trinidad. Dos días después, el cadáver volvió a aparecer en su casa. En el mismo comedor en que fue asesinado, clavado de pies y manos en una enorme cruz de madera que adornaba el ambiente. Crucificado cabeza abajo, mutilado. Sus genitales fueron arrancados.

El silencio se hizo en la línea. Uno de los hombres asimilaba con horror, pese a sus años de investigador, los hechos narrados y el perfil del monstruo con el que podían tener que lidiar. El otro revivía el miedo al repetir en voz alta las palabras que hasta ahora sólo había puesto por escrito. Pronunciarlas les confería una realidad tangible, un peso aterrador.


El timbre sonó dos veces antes de que una mujer abriera la puerta. Sus ojos reflejaban más cansancio del que la edad debería haberles conferido, pero su inteligencia continuaba brillando en ellos.

-Gerardo López, investigador privado; señora Ledesma ¿podría cruzar unas palabras con su hijo sobre su amistad con Luca Martínez, su vecino?

-Adelante señor López. Una lo imagina diferente por teléfono ¿se lo dijeron alguna vez?

-Todo el tiempo. –El hombre sonrió y el propio cansancio se puso de manifiesto.- ¿Cómo está Nicolás?

-Más tranquilo que ayer. Le tuve que dar un sedante luego de explicarle que vendría usted a hacerle preguntas acerca de Lucas. Para usted es Luca Martínez, para nosotros siempre fue Lucas Aráoz.

-Cierto, discúlpeme; tengo demasiados nombres en la cabeza. ¿Cree que podré hablar con su hijo del tema que me interesa sin problemas?

-Haremos el intento. Sígame. –La mujer subió la escalera y lo condujo hasta la habitación de su hijo.

Nicolás Ledesma era un joven asustado. Su piel morena parecía grisácea al llegar al rostro. Sus ojos lucían ojeras pronunciadas. Tendió una mano temblorosa para saludar al investigador.

-Buenas tardes, Nicolás. Mi nombre es Gerardo López y tengo unas preguntas para hacerte. No te estaría molestando si no fuese porque la vida de algunas personas está en juego y necesito saber lo más que pueda acerca de lo que te pasó. ¿Estás seguro de poder responder?

Los ojos de Nicolás se posaron en los de su madre. La sonrisa triste de la mujer pareció incentivarlo. Asintió con la cabeza.

-¿Cuándo conociste a Lucas Aráoz? –la pregunta fue pronunciada con cautela.

El joven suspiró mirando hacia la ventana. Tras una pausa en que parecía estar luchando con fantasmas del pasado, su voz ronca rompió el silencio.

-Fuimos amigos cuando éramos chicos. A los nueve años más o menos. Venía a casa todas las tardes a jugar conmigo –explicó Nicolás sin dejar de mirar la ventana.

-¿Y cuándo dejaron de ser amigos? –El interrogante hizo parpadear al joven, pero el curso de su mirada no cambió.

-Un día vino y quisimos meternos a la pileta. Él no tenía short de baño y yo le presté uno. –Nicolás miró a su madre y luego prosiguió:- Nos cambiamos en mi pieza. Me reí de él, salió corriendo y no volvió más.

Las frases parecían pronunciadas por un autómata, como si Nicolás explicara pero tratara de mantenerse alejado de lo que las palabras significaban. El chico evitaba sumergirse en los recuerdos, pero López necesitaba hacerlo bucear un poco.

-¿Qué fue lo que te hizo reír, Nicolás? –preguntó con suavidad.

-Que Lucas no tenía pito… –respondió impasible.- Lucas era una nena. Me reí y se lo dije. Parecía no entender. Me miró entre las piernas como si el bicho raro fuese yo. Se enojó, se puso… roja. Después de vestirse, salió corriendo.

López miró a la señora Ledesma que ya lo estaba mirando.

-Al principio no le creí –dijo ella avergonzada,- pero me lo juró hasta las lágrimas y me convenció. Quise hablar con los padres de Lucas pero no me hicieron caso. Eran muy cerrados. Religiosos inflexibles. Imagínese una madre soltera queriendo hablarles de la sexualidad de su hijo.

-Me imagino, señora. ¿Y después de eso no lo vieron más?

-Durante años no –respondió ella.- Sé que comenzó a tener problemas graves con los padres y terminó escapándose.

Hubo un silencio prolongado en el que las tres personas presentes eran conscientes de lo que vendría a continuación. Era la parte dolorosa. Ninguno de ellos forzaría ese momento. Se hablaría de ello cuando fuese tiempo propicio.

-Fue tras la muerte del señor Aráoz... –comenzó la madre, como preparando el terreno.- Unos tres años después de que se fuera y nadie tuviese noticias de él.

La madre miró a su hijo que retorcía los dedos entre las sábanas. Sus ojos volvieron a encontrarse, pero esta vez no fue suficiente.

-Contale, Nico. Es importante. Tranquilo, yo estoy con vos. –Lo tomó de la mano.

-No había nadie en casa. Yo estaba sentado acá, estudiando –comenzó a relatar.- Estaba muy concentrado, no presté atención afuera. Era difícil la materia.

El chico apretó los puños y los labios. Parecía estar refrenando las imágenes que atropellaban su mente.

-¿Qué materia estabas estudiando? –intentó amenizar López.

-Físico-química. –Un esbozo de sonrisa relajó el semblante de Nicolás.- Era difícil, pero me gustaba.

-Hay que ser muy inteligente para estudiar eso, yo no podría. –El investigador guiñó un ojo mientras palpaba el atado de cigarrillos en su bolsillo.

-Es cuestión de perseverancia. Ese día estaba muy concentrado. No me di cuenta cuando se abrió la puerta. O no presté atención. Supuse que era mamá.

Perdió su mirada unos instantes en la ventana, miró la mano de su madre tomando la suya y prosiguió.

-No lo reconocí, hacía mucho que no lo veía y además estaba muy cambiado. Cuando me miró, antes de tirárseme encima me pareció que estaba loco. Tenía una mirada como de animal salvaje, ¿entiende? Tenía ojos de loco.

Volvían a temblarle las manos. Su madre le dio un vaso con agua.

-Yo estaba muy asustado. Tardé en darme cuenta de que tenía un cuchillo y que me estaba lastimando. Empecé a gritar, traté de sacármelo de encima pero tenía mucha fuerza.

Mientras Nicolás tomaba más agua, su madre continuó.

-Cuando llegué a casa y noté que la puerta había sido forzada lo primero que hice fue correr escaleras arriba. Cuando oí a Nico gritar casi me muero. No hacía ni un mes que habían encontrado al vecino crucificado… me imaginé lo peor. Abrí la puerta, vi sangre por todos lados y a ese demente trepado encima de mi hijo. No sé de dónde saqué el valor pero agarré una lámpara que había en la mesa de luz y se la di por la cabeza. Tuve que pegarle varias veces hasta que soltó el cuchillo y salió corriendo. Volamos al hospital. Hubo que coser a mi hijo por todas partes. No lo mató de casualidad.

Las cicatrices en los brazos y cuello de Nicolás atestiguaban la veracidad de aquellas palabras.

-Dicen que no lo reconocieron a simple vista ¿Cómo saben que era Lucas Aráoz? –dijo López intrigado.

Nicolás no pudo contener las lágrimas, sin embargo, respondió a la última pregunta del investigador.

-Porque mientras me lastimaba con el cuchillo no paraba de gritar “¡Ahora te lo voy a cortar! ¡Vamos a estar iguales! ¡Entonces vamos a ver quién se ríe de quién!”

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