¿Qué es Sed?

Allá por julio del 2007 (sí, quién diría que pasó tanto tiempo, no?), andaba enojada con mi inspiración ausente y decidí sentarme y obligarme a escribir algo. Vino una imagen a mi cabeza. Oscura, extraña. Jugué a describirla. Así surgió el primer capítulo de Sed (que en ese momento para mí era "estacosaquestoyescribiendo").

No soy una persona de esas que finalizan los proyectos que comienzan, pero a medida que surgieron capítulos y la gente se fue enganchando... adquirió este título (provisorio u_u jajaja) y ya no hubo marcha atrás.

Es gracias a ustedes -a su avidez de beber más y más de la trama- que Sed acaba de arribar a su capítulo 50, el último de la historia. Bueno, y a unos cuantos picotones de Pablo (mi novio) n_n

Ahora comienza la etapa de corrección, espero que no se haga demasiado larga... y a ver qué pasa con la editorial, porque tengo pensado publicarlo :D


Quiero agradecerles enormemente el aguante. La paciencia, los comentarios, las críticas, o que sólo hayan leído sin decir nada. Las palabras están para ser leídas, ese es su mayor destino.

Un abrazo gigantesco que los abarque a todos ^^


Sed es una historia que gira en torno a la soledad y la necesidad e idealización del otro. Es una novela salpicada de sangre, algo de sensualidad y mucho misterio.

Los acontecimientos que transcurren en ella, van entrelazando las vidas de los personajes. A veces para bien, a veces para mal... otras para peor.

Los invito a leerla y criticarla con confianza. De eso se alimenta mi escritura.


El contenido de esta historia puede resultar ofensivo para algunas personas, si usted es de esas que se ofenden.... por favor diríjase a otra parte.
Muchas gracias y disculpe las molestias ocasionadas.


Atte, La autora.

10/4/10

.: XLVII :. (Sacrilegio)

Imagen: Art of Blood Insane Love

Sintió manos quitando sus ropas pero no pudo abrir los ojos. El dolor llenaba el mundo. Todo era de un rojo intenso. El agua corrió por su cuerpo aliviando sólo un poco el fuego que lo devoraba. No hubo palabras. Tampoco él pudo pronunciarlas. Ni siquiera emitió interjecciones para exteriorizar el dolor adicional que le proporcionaba la limpieza. Ya era inútil formular preguntas. Eso no evitaba que los interrogantes poblaran su cabeza. ¿Era ese un rito necesario previo a la muerte? No importaba. Ya nada importaba.

Fue secado y vuelto a vestir. Fue obligado a incorporarse y caminar. Entonces abrió los ojos. No iba a irse de este mundo a ciegas. Observó el camino a su alrededor. Las habitaciones carcomidas por el fuego y el tiempo, las paredes ennegrecidas, los techos a punto de colapsar. Decidió que era un buen lugar para morir. Opuesto a todo lo que había pretendido de la vida.

Cuando llegaron a la habitación donde perdiera el conocimiento el día que entró en ese maldito lugar, Sebastián reconoció la puerta que había estado a punto de abrir y su corazón volvió a sobresaltarse como aquella vez. Parecían haber transcurrido siglos desde esa entrada desafortunada. Quiso interrogar a qué se debía el haber sido dirigido allí, pero su verdugo no dio tiempo a preguntar, descorrió el cerrojo y lo arrojó dentro de la habitación, donde aterrizó de rodillas. Sus manos casi no alcanzaron a proteger su rostro del golpe contra el suelo. Las heridas en todo su cuerpo latían de nuevo.

Unos brazos se apresuraron a ayudarlo a levantarse mientras el sonido de la puerta volvía a coartar su libertad. Alzó la vista y se encontró mirando directamente en los ojos llorosos de Sofía. Ella le acarició el rostro y en ese gesto hubo amor, gratitud, tristeza, desolación. Sebastián fue incapaz de contener el llanto que convulsionó su pecho de repente. Lloraba de alivio, de rabia, de una horrible sensación de impotencia. Todas las palabras se ahogaban en su pecho.

El abrazo fue largo pero cuidadoso. Ella susurró frases atropelladas. Al principio fueron de alegría y cariño. Luego se convirtieron en incoherencias a oídos de Sebastián, que comenzó a temer por la salud mental de Sofía. La observó con ojos confundidos.

-¿Qué es lo que me estás diciendo, Sofi?

-Escuchame, Seba, por favor… escuchame bien y haceme caso. Es la única manera que tenemos de salir de acá. Por más loco que te suene lo que digo. Creeme que para mí tampoco es fácil. No me cuestiones. Mirá. –Sofía le acercó el oso de peluche e hizo asomar por su ojo la punta afilada.- Esta parte creo que te toca a vos. ¿Te animás?

Sebastián sintió un estremecimiento al revivir de repente su mala experiencia con la navaja. Levantó su remera mostrando a Sofía el resultado oculto de su osadía.

La adolescente se tapó la boca para reprimir un grito. Ahora fue ella quien no pudo evitar las lágrimas. Toda la culpa del mundo se le abalanzó encima. Por primera vez era consciente de las verdaderas consecuencias que podían acarrear sus acciones.

-Aunque supongo que esta vez el factor sorpresa puede ayudar… –murmuró el joven volviendo a cubrirse e instándola a olvidar con la mirada.- Sofi, no hay tiempo para repartir culpas. Tenemos que intentarlo si no nos queda otra opción.

-¿Vas a poder mirarme a los ojos después de esto? –le preguntó ella antes de comenzar con las indicaciones detalladas. Ante el asentimiento de quien se convirtiera en su amigo más querido, agregó:- Si sale mal quiero que sepas que haberte conocido fue una de las mejores cosas que me pasó. Perdoname por haberte arrastrado hasta acá. Tendría que haberte escuchado…

-Shhh, Sofi, basta… –Sebastián la abrazó con cuidado, tratando de refrenar los nuevos sollozos de la adolescente. Se sentó en la cama y extrajo con cuidado la fina navaja del interior del muñeco.- Esto no va a ser nada fácil. Empecemos antes de que me arrepienta.


Desde el momento en que cerró la puerta, Luca estuvo caminando sin parar de un lado al otro de la habitación. Lo invadía una molesta sensación de euforia al pensar que estaba tan cerca de lograr su cometido. Sin embargo, no podía relajarse. No hasta que Sebastián estuviese muerto y Sofía se hallara tendida con las venas abiertas en amorosa ofrenda. Pero le había prometido a Ella esa última reunión, no podía faltar a su palabra. No ahora que todo iba tan bien encaminado. Ya pronto. Debía tranquilizarse nada más. Tanto tiempo sin dormir no ayudaba. Se obligó a sentarse en la cama. Diez minutos sería suficiente, entonces lo sacaría de allí arrastrándolo, no importarían ni llantos ni pataleos.

El zumbido de la radio con el volumen bajo comenzó a adormecerlo. Cabeceó una, dos, tres veces.

Lu abrió los ojos y observó la puerta cerrada con tristeza. Oyó las voces detrás, pero no pudo comprender el significado. Deseó haber podido acercarse a ellos de otra manera, entablado una relación normal. Sofía podría haber sido su amiga. Sebastián podría haber sido su amor. Amor… esa palabra que le sería extranjera toda la vida. Sintió ganas de llorar. No. Claro que no podía permitírselo. ¿Cuánto tiempo hacía que intentaba erradicar el llanto? Ahora no podía ceder a esas debilidades, por más que el momento pareciera propicio. Cerró los ojos con fuerza para poder evitarlo.

Un sonido extraño lo sobresaltó. Abrió los ojos y aguzó el oído. Tenía que estar equivocado. Se levantó de la cama y se acercó a la puerta cerrada del cuarto pequeño. Se apoyó en ella para oír mejor. ¡No, no podía ser! ¡No podía estar sucediendo! ¡Era imposible! Tenía que estar oyendo la continuación de una alguna pesadilla. Descorrió el cerrojo. Aquello no podía ser real. Abrió la puerta. ¡No podían estar burlándose de él de esa manera!

El sonido de los gemidos lo paralizó un instante en el umbral. La escena que se desarrollaba enfrente de él hizo que todos sus músculos se tensaran de repente. Sintió la cabeza a punto de reventar. Apretó los puños y dientes en un monstruoso esfuerzo por mantenerse entero.

Tendido en la cama, Sebastián aferraba por las caderas a la mujer que debía mantenerse pura para descontaminar su esencia. Sentada encima de aquel a quien tendría que haber matado a tiempo, Sofía; completamente desnuda, cabalgaba y gemía como la puta en la que se había convertido, enseñándole las alas tatuadas cuyo significado se había desvanecido por completo. Un delator hilo de sangre podía verse manchando las sábanas. Adiós virtud tan atesorada.

El grito inundó su garganta y casi lo hizo atragantar. Lo desgarró en dos, mientras se abalanzaba sobre la pareja que no parecía haberse percatado de su presencia.

-¡HIJOSDEPUTA! ¡LOS VOY A MATAR A LOS DOS! ¡SE VAN A ARREPENTIR DE HABERME JODIDO LA VIDA!

Se hallaba a menos de un metro de la cama cuando Sofía se arrojó al suelo. Sebastián se irguió para recibirlo con la navaja en la mano. En medio del remolino furioso de golpes y arañazos el filo se introdujo dos veces en la carne de Luca, a quien el dolor no le impedía seguir descargando toda su fuerza contra el cuerpo desnudo del profesor.

A la tercera embestida, el metal se introdujo en el estómago de la enceguecida criatura a una profundidad suficiente para que el asombro se reflejara en su rostro. Esto hizo que Luca y Lu se alternaran sin control con esa otra personalidad que parecía ser la definitiva. Esa que no era ni hombre ni mujer sino un poco de ambas cosas. Y a la vez ninguna.

La aparición de Lu hizo que Sebastián se paralizara sin quitar la vista de la parte del arma que sobresalía del vientre ensangrentado.

Todo lo que alguna vez temió que lo traicionara de su propia mente se hubiese cumplido si Sofía no hubiera reaccionado a tiempo. Por más que las fuerzas de Luca menguaran, su instinto prevalecía. Estuvo a punto de contraatacar con el arma que ya había extraído de su cuerpo cuando Sofía se le arrojó encima con todo su odio contenido, que era mucho, estrellándole la cabeza contra la pared.

Lo dejaron caer al suelo y se apresuraron a abandonar el cuarto, trabando la puerta por fuera.

Sebastián necesitó de la ayuda de Sofía para mantenerse en pie. Cada uno cubrió su desnudez con una sábana de la cama matrimonial. Había sido suficiente exposición para ambos.

Caminaron despacio hasta llegar a una puerta que daba al patio trasero. Aún no era mediodía y el sol les dio de lleno en el rostro, obligándolos a entrecerrar los ojos.

Una creciente mancha de un color rojo oscuro en la sábana que envolvía a Sebastián alarmó a la adolescente, que lo obligó a sentarse en el pasto. Una de las heridas se había reabierto en el esfuerzo de la lucha. Estaba cerca del vientre y se veía muy fea.

-Sofi, quiero que salgas de esta casa y vayas a pedir ayuda… –murmuró Sebastián intentando tragarse el dolor.

-No te voy a dejar acá, Seba. Te ayudo a levantarte y salimos los dos despacio. No hay ningún apuro. Yo acá no te dejo. –Con todas sus fuerzas, Sofía lo ayudó a levantarse y apoyarse contra el muro.- Vamos, despacito. Un paso… Dos… ¡Seba!

Sebastián se desplomó en el suelo.

Desde el interior de la casa comenzó a escucharse el creciente sonido de unos golpes abriéndose paso.

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