¿Qué es Sed?

Allá por julio del 2007 (sí, quién diría que pasó tanto tiempo, no?), andaba enojada con mi inspiración ausente y decidí sentarme y obligarme a escribir algo. Vino una imagen a mi cabeza. Oscura, extraña. Jugué a describirla. Así surgió el primer capítulo de Sed (que en ese momento para mí era "estacosaquestoyescribiendo").

No soy una persona de esas que finalizan los proyectos que comienzan, pero a medida que surgieron capítulos y la gente se fue enganchando... adquirió este título (provisorio u_u jajaja) y ya no hubo marcha atrás.

Es gracias a ustedes -a su avidez de beber más y más de la trama- que Sed acaba de arribar a su capítulo 50, el último de la historia. Bueno, y a unos cuantos picotones de Pablo (mi novio) n_n

Ahora comienza la etapa de corrección, espero que no se haga demasiado larga... y a ver qué pasa con la editorial, porque tengo pensado publicarlo :D


Quiero agradecerles enormemente el aguante. La paciencia, los comentarios, las críticas, o que sólo hayan leído sin decir nada. Las palabras están para ser leídas, ese es su mayor destino.

Un abrazo gigantesco que los abarque a todos ^^


Sed es una historia que gira en torno a la soledad y la necesidad e idealización del otro. Es una novela salpicada de sangre, algo de sensualidad y mucho misterio.

Los acontecimientos que transcurren en ella, van entrelazando las vidas de los personajes. A veces para bien, a veces para mal... otras para peor.

Los invito a leerla y criticarla con confianza. De eso se alimenta mi escritura.


El contenido de esta historia puede resultar ofensivo para algunas personas, si usted es de esas que se ofenden.... por favor diríjase a otra parte.
Muchas gracias y disculpe las molestias ocasionadas.


Atte, La autora.

14/4/10

.: XLVIII :. (Desesperanza)

Imagen: "Rose", de Mark Ryden



Hacía ya un par de días que Gerardo López no dormía todo lo que su cuerpo necesitaba. La ingesta desmedida de café comenzaba a manifestarse en una molestia persistente en su estómago. El investigador no le prestaba atención ya a estas señales de socorro de su cuerpo. Era su mente la que dominaba. Y ésta mantenía la mira fija en Sofía Salcedo y su escalofriante secuestrador.

-Ayala, decime por favor que tenemos algo nuevo. –Los dos hombres habían creado un fuerte lazo en el poco tiempo que el espanto los había reunido en el caso que investigaban. Ahora escrutaban archivos y datos con la misma desesperada velocidad.

-Creo que tengo una punta –respondió el oficial sin ocultar la emoción que embargaba su voz.- Venite a la oficina y dame una mano. Si estoy en lo correcto, esto es la punta de un iceberg y dentro podemos encontrar no sólo a Aráoz, Salcedo y Núñez; sino a una multitud de cadáveres.

El investigador colgó el teléfono, amontonó los papeles en su viejo maletín y si su estado físico se lo hubiese permitido habría corrido hasta la seccional de policía. En lugar de esto, se apresuró hasta la calle y tomó un taxi, puteando al taxista en cada semáforo que los detuvo hasta que llegaron a destino.

El desorden del escritorio de Ayala fue como una cálida bienvenida. Reflejaba el bullicio mental de ambos hombres, un hervidero de ideas que los mantenía en la misma sintonía.

-Gerardo, tomá asiento, por favor. Enrique Ordóñez es la clave. El punto donde parecen haber empezado a disociarse las personalidades de nuestro proyecto de monstruo.

-Disculpame, pero ahí no estoy de acuerdo. –López lo observó con gravedad mientras extraía su cuaderno de notas del ajado maletín repleto de papeles.- La distorsión empezó en su propia casa. Todo ese asunto de los papis jugando a ser dioses. “Lucas es una nena”… y no lo sabía. No puede salir nada sano de ahí.

-Cierto. Pero si no hubiese caído donde creo que cayó, la cosa no hubiese pasado de unos años de psiquiatría encima. Cadena perpetua psiquiátrica si querés. Pero los rayes controlados. El psicópata que tenemos entre manos no nació ahí, te digo que se creó después.

-Escucho entonces. No se me ocurre nada peor que enterarte que tus viejos te negaron tu propio sexo. –El investigador se sirvió un café más prometiéndose que sería el último.

-Enrique Ordóñez, conocido proxeneta de hace unos diez años, llegó a ser dueño de su propio prostíbulo. Sus empleados eran prácticamente esclavos, muchos adolescentes de ambos sexos fueron corrompidos bajo su mando. El lugar alcanzó su fama más alta hace seis años. Nadie habla con certeza, pero se comentaba en el ambiente que Ordóñez tenía la gallina de los huevos de oro. Una pendeja por la que todos los tipos enloquecían. Pagaban lo que fuera por ella.

-¿Podríamos estar hablando de nuestro monstruito? –inquirió López observando la borra del café.

-Es probable Pero es algo que nunca vamos a saber. Lo importante del asunto es lo que pasó después. Lo que arruinó por completo al lugar y a su dueño. Un incendio.

El investigador abrió desmesuradamente los ojos pero mantuvo el silencio.

-Un incendio que tuvo lugar… –Ayala consultó sus papeles,- el mismo día que Francisco Aráoz recibió cuatro balazos en la cabeza.

-Ahí tenemos el origen del hollín –asintió López, incrédulo aún ante el halo de violencia que envolvía al personaje que los tenía en vilo desde hacía ya más de una semana.

-Si todos mis datos son correctos, Lucas Aráoz fue el provocador del incendio que tuvo como resultante siete cadáveres irreconocibles; entre ellos el dueño del lugar, se presume, ya que no se supo más de él desde entonces. Tras el siniestro, Lucas huyó del lugar y se dirigió sin dudarlo a casa de sus padres a seguir haciendo estragos.

-Este prostíbulo, ¿estaba cerca de la casa de los Aráoz? –preguntó el investigador con un sabor amargo en la boca, y estaba seguro de que no era el café.- ¿Tenés la dirección, Ayala?

-Cerca como para llegar media hora después del incendio, corriendo. Esta es la dirección.

López leyó el papel que le entregaba su compañero. Tras unos instantes de ubicar en su mente el lugar preciso y sus alrededores, clavó la mirada en el oficial con una determinación que aquél supo que no había errado: el iceberg los encerraba a todos.

-¿El lugar quedó entero o se vino abajo? –preguntó mientras se ponía en pie.- ¿Podremos disponer de algunos compañeros tuyos ahora mismo?

-Contame… –Ayala necesitó la confirmación en voz alta.

-Es a la vuelta del colegio de la chica Salcedo.

Ambos abandonaron la oficina presurosos. Ya no había más tiempo que perder.


Los patrulleros se detuvieron frente a la casona verde a eso de las once y media de la mañana. El silencio que la habitaba no les resultó un buen augurio.

El edificio se conservaba en pie casi en su totalidad. El frente estaba intacto, excepto por deterioros adjudicables al paso del tiempo. La puerta principal se encontraba tapiada, inviolable. Lo mismo pasaba con las ventanas que la escoltaban.

Tres uniformados avanzaron por el mismo pasillo que Sebastián y Lu días atrás. Irrumpieron por la misma ventana, destrozando marcos y muebles a su paso. No era momento de miramientos.

Encontraron la habitación desierta, la cama matrimonial sin sábanas. La radio tirada en el suelo se quejaba como un animal moribundo.

Dos policías más entraron. Tras ellos Ayala y López; desacostumbrados de ese tipo de menesteres, agitados y sudorosos.

Los tres primeros agentes se internaron en las demás habitaciones mientras los recién llegados se acercaban con cautela a la puerta cerrada por fuera con un pasador.

Rastros de sangre en el suelo llamaron la atención de uno de los hombres. Provenían de aquel cuarto y se dirigían al resto de la casa. El colchón mismo estaba manchado en algunos lugares. López temió que hubiesen llegado demasiado tarde. Si bien la sangre no era excesiva, su sola presencia era desanimadora.

Los sucesos que se desarrollaron una vez abierta la pequeña puerta fueron impredecibles para los cuatro hombres expertos que los presenciaron. La sangre empapaba la cama y se extendía por casi todo el suelo donde una figura extraña, también teñida de escarlata, los observaba sentada con un cuchillo entre sus manos. Se infligía cortes en todo el cuerpo con horrorosa parsimonia. No parecía sentir dolor en absoluto, sino estar disfrutando con cada nueva herida. Los policías le apuntaban sin atreverse a dar un solo paso más.

Por momentos aquel ser era un hombre que bien podría matarlos con el veneno que emanaba de su mirada. Luego se transformaba en una mujer que pretendía seducirlos, atraerlos, arrastrarlos. Quizá lo hubiese logrado si el paisaje que la rodeaba hubiera sido más propicio.

A la orden de uno de los oficiales de que arrojara el arma, Lucas Aráoz, Luca Martínez y Ludmila Weber estallaron en carcajadas que convulsionaron el cuerpo que los contenía. Los cuatro hombres en el umbral de la habitación tenían los músculos tensos, el olor de la sangre concentrado en un espacio tan reducido les revolvía el estómago.

Aquel ser no parecía temer a nada ni a nadie. Observó el filo entre sus manos con intensidad hipnótica. Después miró a cada uno de sus futuros captores a los ojos con una sonrisa maliciosa en el rostro.

-Buscan a esa pareja de sacrílegos. Ya no están. Muertos. Eso sí que estaría bien… –su mirada volvió a la hoja.- Muertos servirían para algo. Pero ya no. No hay salida… La sangre no se lava...

El Oficial Ayala de la Policía Federal dio un paso al frente y extendió una mano antes de que López pudiera impedírselo. Creyó que las armas de sus compañeros apuntando al maniático serían escudo suficiente. No tuvo tiempo de repetir la orden de que arrojara el cuchillo porque ese mismo objeto se clavó en su brazo, cortando la carne junto con las palabras.

La eficiencia y velocidad de los dos agentes armados evitó que el asunto se tornara más engorroso. Lucas Aráoz fue reducido y esposado pese a toda la resistencia que opuso –que fue mucha, como si las múltiples heridas que lo surcaban y desangraban no estuviesen allí-, luego fue dirigido hacia otra habitación mientras esperaban la llegada de la ambulancia.

López ayudó a su compañero a extraer la hoja sin empeorar la herida. Le lavó el brazo en el baño lo mejor que pudo y lo ató firmemente con la manga misma de su camisa.

-Fue una estupidez la que hice… ya sé –murmuró Ayala con la cabeza gacha.- Es que no podía soportar la situación. Era ridículo que le tuviéramos tanto miedo. ¡Estaba sentado! ¡Le estaban apuntando!

-Calmate, Héctor. Entiendo lo que decís. Pero no era solamente eso. Es un psicópata. No podés anticipar sus reacciones. Y él… ella… Ella no tenía miedo. Solo por eso teníamos que respetar su espacio. Sentate un rato hasta que venga la ambulancia. Voy a ver qué pasa por allá. –López señaló el pasillo en que se internaran los otros tres policías.

-No, Gerardo. Me paso la vida sentado. Voy con vos. Prometo no hacer más estupideces. –Ayala sonrió y en su gesto dejó entrever el dolor que estaba sufriendo. Su interlocutor asintió en silencio y lo dejó seguirlo.

Las habitaciones a medio derrumbar que vislumbraron en su andar hacia el patio trasero de la casona les confirmaron la historia que ya conocían. Las imágenes que cada uno recreó quedarán guardadas en el silencio sus mentes. Ninguno pronunció palabra en todo el trayecto.

La situación que les esperaba en el jardín los arrebató del ensimismamiento, sacudiéndolos de vuelta al presente. Los tres agentes custodiaban a dos cuerpos tendidos en el césped. Eran un hombre y una mujer cuyas desnudeces sólo cubrían sendas sábanas blancas teñidas de sangre. Ella estaba encima, abrazándose como podía al joven ensangrentado.

López reconoció a Sofía Salcedo por fotos que le habían entregado sus padres. Se acercó despacio a ella y entonces la vio moverse. Su cuerpo se agitaba convulsivamente. Tardó unos instantes en darse cuenta de que estaba sollozando con violencia encima del pecho de Sebastián Núñez.

El estridente ulular de una ambulancia acercándose rasgó el clima espeso de la tarde.

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